Era silencioso el abuelo de José Saramago: Jerónimo, hombre de la tierra portuguesa, no tenía letras, pero era sabido; y callaba lo que sabía.
Cuando el abuelo Jerónimo se enfermó, calladamente supo que había llegado la hora del adiós. Entonces, caminó por su huerto, deteniéndose de árbol en árbol, y los abrazó, uno por uno: abrazó la higuera, el laurel, el granado y los tres o cuatro olivos.
El los abrazó, y fue por ellos abrazado.
En el camino, un automóvil esperaba.
El automóvil se lo llevó hacia Lisboa, hacia la muerte.
EDUARDO GALEANO
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