GERALDINE ESTABA EMPEZANDO a trabajar en una película, en una aldea perdida en las montañas de Turquía.
La primera tarde, salió a caminar.
No había nadie, casi nadie, en las calles.
Pocos hombres, mujer ninguna.
Pero a la vuelta de una esquina se topó, de sopetón, con un enjambre de muchachos.
Geraldine miró a los costados, miró hacia atrás: estaba cercada, no tenía escapatoria.
La garganta se negó a gritar.
Sin palabras, ofreció lo que tenía: el reloj, el dinero.
Con gestos, los muchachos le dijeron que no, que no era eso.
Y hablando en algo más o menos parecido al inglés, le preguntaron si de veras ella era la hija de Chaplin.
Geraldine, atónita, asintió.
Y recién entonces advirtió que los muchachos se habían pintado bigotitos de carbón.
Y empezó la función.
Y todos fueron él.
Eduardo Galeano
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