En 1906, Santiago Ramón y Cajal recibió el Premio Nobel de Medicina.
Él había querido ser artista, pintor.
Su padre no lo dejó, y no tuvo más remedio que convertirse en el científico español más importante de todos los tiempos.
Se vengó dibujando lo que descubría. Sus paisajes del cerebro competían con Miró, con Klee:
—El jardín de la neurología brinda emociones artísticas incomparables —solía decir.
Él disfrutaba explorando los misterios del sistema nervioso, pero más disfrutaba dibujándolos.
Y todavía más, más todavía, disfrutaba diciendo a viva voz lo que pensaba, a sabiendas de que eso iba a darle más enemigos que amigos.
A veces preguntaba, sorprendido:
—¿No tienes enemigos? ¿Cómo que no? ¿Es que jamás dijiste la verdad, ni jamás amaste la justicia?
Eduardo Galeano
- Los hijos de los días.-
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