Cómo hubiera sido la guerra de Troya contada desde el punto de vista de un soldado anónimo; un griego de a pie ignorado por los dioses y deseado no más que por los buitres que sobrevuelan las batallas. Un campesino metido a guerrero, cantado por nadie por, por nadie esculpido. Un hombre cualquiera obligado a matar, y sin el menor interés de morir por los ojos de Elena.
¿Habría presentido ese soldado lo que Eurípides confirmó después? Que Elena nunca estuvo en Troya; que sólo su sombra estuvo allí.
Que diez años de matanzas ocurrieron por una túnica vacía.
Y si ese soldado sobrevivió, ¿qué recordó?
¡Quién sabe!
Quizás el olor. El olor del dolor y solamente eso.
Tres mil años después de la caída de Troya, los corresponsales de guerra Robert Frisck y Frank Sevilla nos cuentan que las guerras huelen.
Ellos han estado en varias, las han sufrido por dentro y conocen ese olor de podredumbre caliente, dulce, pegajoso que se te mete por todos los poros y se te instala en el cuerpo y es una náusea que jamás te abandonará”.
EDUARDO GALEANO
Del libro: " Espejos."
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