Oscar Niemeyer entró en el año 2007 con cien años de edad y ocho nuevas obras en ejecución.
El arquitecto más activo de todos no se cansaba de transformar, proyecto tras proyecto, el paisaje del mundo.
Sus viejos ojos no subían al alto cielo, que nos humilla, pero estaban siempre nuevos para quedarse, gustosos, contemplando la navegación de las nubes, que eran su fuente de inspiración para las próximas creaciones.
Allá, en el nuberío, él descubría catedrales, jardines de flores increíbles, monstruos, caballos al galope, aves de muchas alas, mares que estallaban, espumas que volaban y mujeres que ondulaban y en el viento se ofrecían y en el viento se iban.
Cada vez que los médicos lo internaban en el hospital, creyendo que ya le había llegado la hora, Oscar mataba el aburrimiento componiendo sambas, que cantaba junto con los enfermeros.
Y así este cazador de nubes, este perseguidor de la belleza fugitiva, dejó atrás su primer siglo de vida, y siguió de largo.
EDUARDO GALEANO
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