Ocurre a mediados del siglo diecinueve.
Se fuga. Harriet Tubman se lleva de recuerdo las cicatrices en la espalda y una hendidura en el cráneo.
Al marido no se lo lleva. Él prefiere seguir siendo esclavo y padre de esclavos:
—Estás loca –le dice–. Podrás escaparte, pero no podrás contarlo.
Ella se escapa, lo cuenta, regresa, se lleva a sus padres, vuelve a regresar y se lleva a sus hermanos. Y hace diecinueve viajes desde las plantaciones del sur hasta las tierras del norte, y atravesando la noche, de noche en noche, libera a más de trescientos negros.
Ninguno de sus fugitivos ha sido capturado. Dicen que Harriet resuelve con un tiro los agotamientos y los arrepentimientos que ocurren a medio camino. Y dicen que ella dice:
—A mí no se me pierde ningún pasajero.
Es la cabeza más cara de su tiempo.
Cuarenta mil dólares fuertes se ofrecen en recompensa.
Nadie los cobra.
Sus disfraces de teatro la hacen irreconocible y ningún cazador puede competir con su maestría en el arte de despistar pistas y de inventar caminos.
EDUARDO GALEANO.
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