Paradójicamente, toda Bolivia se burló de ellas cuando iniciaron su huelga de hambre. Paradójicamente, toda Bolivia terminó ayunando con ellas, hasta que la dictadura cayó.
Yo había conocido a una de esas cinco porfiadas, Domitila Barrios, en el pueblo minero de Llallagua.
En una asamblea de obreros de las minas, todos hombres, ella se había alzado y había hecho callar a todos.
–Quiero decirles estito –había dicho–. Nuestro enemigo principal no es el imperialismo, ni la burguesía ni la burocracia.
Nuestro enemigo principal es el miedo, y lo llevamos adentro.
Y años después, reencontré a Domitila en Estocolmo.
La habían echado de Bolivia, y ella había marchado al exilio, con sus siete hijos.
Domitila estaba muy agradecida de la solidaridad de los suecos, y les admiraba la libertad, pero ellos le daban pena, tan solitos que estaban, bebiendo solos, comiendo solos, hablando solos.
Y les daba consejos:
–No sean bobos –les decía–. Júntense.
Nosotros, allá en Bolivia, nos juntamos.
Aunque sea para pelearnos, nos juntamos.
EDUARDO GALEANO
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