27.4.16

La escuela del crimen.

Economía de importación, cultura de impostación, reino de la tilinguería: estamos todos obligados a embarcarnos en el crucero de la modernización.
 En las aguas del mercado, la mayoría de los navegantes está condenada al naufragio; pero la deuda externa paga, por cuenta de todos, los pasajes de la minoría que viaja en primera clase.
 Los empréstitos de la banquería mundial, que permiten atiborrar de nuevas cosas inútiles a la minoría consumidora, actúan al servicio del purapintismo de nuestras clases medias y de la copianditis de nuestras clases altas; y la televisión se encarga de convertir en necesidades reales a las demandas artificiales que el norte del mundo inventa sin descanso y exitosamente proyecta sobre el sur y sobre el este.
Pero ¿qué pasa con los millones y millones de jóvenes latinoamericanos condenados a la desocupación o a los salarios de hambre?
 Entre ellos, la publicidad no estimula la demanda, sino la violencia; entre ellas estimula la prostitución. Los avisos proclaman que quien no tiene no es: quien no tiene auto, o zapatos importados, o perfumes importados, es un nadie, una basura; y así la cultura del consumo imparte clases para el multitudinario alumnado de la escuela del crimen.
Al apoderarse de los fetiches que brindan existencia a las personas, cada asaltante quiere ser como su víctima.
 La tele ofrece el servicio completo: no sólo enseña a confundir la calidad de vida con la cantidad de cosas, sino que además brinda cotidianos cursos audiovisuales de violencia, que los videojuegos complementan.
 El crimen es el espectáculo más exitoso de la pantalla chica.
 "Golpea antes de que te golpeen", aconsejan los maestros electrónicos de niños y jóvenes.
 "Estás solo, sólo cuentas contigo". Coches que vuelan, gente que estalla: "Tú también puedes matar".
EDUARDO GALEANO.

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