Son gatos en el salto y en el manotazo, gorriones en el vuelo, gallitos en la pelea. Vagan en bandadas, en galladas; duermen en racimos, pegados por la helada al amanecer.
Comen lo que roban o las sobras que mendigan o la basura que encuentran; apagan el hambre y el miedo aspirando gasolina o pegamento.
Tienen dientes grises y caras quemadas por el frío.
Arturo Dueñas, de la gallada de la calle Veintidós, se va de su banda.
Está harto de dar el culo y recibir palizas por ser el más pequeño, el chinche, el chichigua; y decide que más vale largarse solo.
Una noche de éstas, noche como cualquier otra, Arturo se desliza bajo una mesa de restaurante, manotea una pata de pollo y alzándola como estandarte huye por las callejuelas.
Cuando encuentra algún oscuro recoveco, se sienta a cenar. Un perrito lo mira y se relame. Varias veces Arturo lo echa y el perrito vuelve.
Se miran: son igualitos los dos, hijos de nadie, apaleados, puro hueso y mugre. Arturo se resigna y convida.
Desde entonces andan juntos, patialegres, compartiendo el peligro y el botín y las pulgas.
Arturo, que nunca habló con nadie, cuenta sus cosas. El perrito duerme acurrucado a sus pies.
Y una maldita tarde los policías atrapan a Arturo robando buñuelos, lo arrastran a la Estación Quinta y allí le pegan tremenda pateadura.
Al tiempo Arturo vuelve a la calle, todo maltrecho.
El perrito no aparece.
Arturo corre y recorre, busca y rebusca, y no aparece.
Mucho lo llama y nada.
Nadie en el mundo está tan solo como este niño de siete años que está solo en las calles de la ciudad de Bogotá, ronco de tanto gritar."
Eduardo Galeano
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