"Jerónimo, el abuelo de José Saramago, no tenía letras, pero era sabido; y callaba lo que sabía.
Cuando se enfermó, supo que había llegado su hora.
Cuando se enfermó, supo que había llegado su hora.
Y calladamente caminó por el huerto, deteniéndose de árbol en árbol, y uno por uno los abrazó. Abrazó a la higuera, al laurel, al granado y a los tres o cuatro olivos.
En el camino, un automóvil esperaba.
El automóvil se lo llevó hacia Lisboa, hacia la muerte.
En el camino, un automóvil esperaba.
El automóvil se lo llevó hacia Lisboa, hacia la muerte.
Bocas del tiempo.
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