El cacao no necesita sol, porque lo lleva adentro.
Del sol de adentro nacen el placer y la euforia que el chocolate da.
Los dioses tenían el monopolio del espeso elixir, allá en sus alturas, y los humanos estábamos condenados a ignorarlo.
Quetzalcóatl lo robó para los toltecas.
Mientras los demás dioses dormían, él se llevó unas semillas de cacao y las escondió en su barba y por un largo hilo de araña bajó a la tierra y las regaló a la ciudad de Tula.
La ofrenda de Quetzalcóatl fue usurpada por los príncipes, los sacerdotes y los jefes guerreros.
Sólo sus paladares fueron dignos de recibirla.
Los dioses del cielo habían prohibido el chocolate a los mortales, y los dueños de la tierra lo prohibieron a la gente vulgar y silvestre.
Eduardo Galeano.
Fuente :"Espejos" -" Una historia casi universal" -
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