Tenían los ojos clavados en el radiador, sin parpadear.
Parecían devotos ante el tótem, en actitud de adoración; pero eran unos pobres náufragos meditando la manera de acabar con el Imperio Británico.
Si ponían monedas de lata o cartón, el radiador funcionaría, pero el recaudador encontraría, luego, las pruebas de la infamia.
¿Qué hacer?, se preguntaban los exiliados.
El frío los hacía temblar como malaria.
Y en eso, uno de ellos lanzó un grito salvaje, que sacudió los cimientos de la civilización occidental.
Y así nació la moneda de hielo, inventada por un pobre hombre helado.
De inmediato, pusieron manos a la obra. Hicieron moldes de cera, que reproducían las monedas británicas a la perfección; después llenaron de agua los moldes y los metieron en el congelador.
Las monedas de hielo no dejaban huellas, porque las evaporaba el calor.
Y así, aquel apartamento de Londres se convirtió en una playa del mar Caribe.
Eduardo Galeano
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