“¿Todavía utiliza en sus clases La venas abiertas de América Latina? ¿No cree conveniente actualizarse?”, me dijo alguna vez un exalumno. No dije nada pero pensé esto: Quien debe actualizarse con la vida y con la historia es el continente. Recordé la anécdota años más tarde, cuando el presidente venezolano de entonces, hace poco, le obsequió el libro el jefe de estado norteamericano. Nadie había podido meter cinco siglos de América Latina en poco más de 300 páginas, en una pericia de síntesis histórica desconocida y muy útil, escritas en 90 noches de 1969.
Un amigo acababa de salir de las caballerizas de Usaquén, sitio de tortura en el gobierno Turbay. El continente vivía la época de militarización impuesta por el imperio en su política de arrasamiento de las fuerzas políticas de izquierda, que dejó más de 100.000 muertos. Solo cuatro países “se libraron” de un régimen militar. Entre ellos Colombia, aunque no estuvo exento del horror. Fue detenido el poeta Luis Vidales; escritores como Haroldo Conti y Rodolfo Walsh fueron desaparecidos por el régimen militar argentino; Gabo salió al exilio.
“¿Sabe qué me ayudó a soportar el encierro y el horror? El libro de Galeano Días y noches de amor y de guerra”, contó el amigo.
Entre muertos, desaparecidos y exiliados el continente se vaciaba. No sabía que la palabra, algún libro, alcanzara esa dimensión de alimento para vivir. El mismo Galeano tendría que abandonar Uruguay, junto con la mitad de su población. La acción de Eduardo se multiplica en una escritura constante en diversas modalidades. El periodismo, el ensayo, el texto, la literatura, conferencias, entrevistas, testimonio, otros. Todos atravesados por el alma de lo que había sido y era la América Latina.
Cuando se restableció el régimen democrático en el Uruguay él fue de los primeros que regresó a meter las manos en el proceso. Las críticas de todas maneras llovieron.
¿Por qué no escribe? Qué le pasará. Antes, la derecha y esos hombres neutros de almas buenas, igualmente, no hallaban qué decir de ese hombre a quien el continente le ocupaba el entrecejo y no dejaba dormir tranquilo.
Y descalificaba su acción y su obra con el adjetivo de “comprometido”. Significaba ser escritor, militante de la izquierda revolucionaria; panfletario.
Leímos otras cosas de él; lo mirábamos; su cara blanca y sin restricciones; oíamos su palabra mientras miraba la honda laguna de Guatavita con palabras que nosotros desconocíamos sobre la laguna y los chibchas y su cultura y la historia. Y nos negábamos a aceptar tal sindicación descalificadora; sobre todo cuando las palabras no se miden como aparatos de una ideología, sino cuando las medimos en relación con la realidad que intentan revelar, si es posible acercarse a lo objetivo.
Desde Vagamundo, su primer libro, de cuentos, hasta el último que seguramente no ha sido publicado, Galeano no pudo quitarse de entre cejas al continente. Por ese camino se convirtió en uno de los reveladores de su vida, en extensión geográfica –qué rincón de su geografía no recorrió– y de la inmersión en su historia –qué año, que siglo, qué cultura se le escapó–. Como esa materia de vida se le había convertido en espíritu, no solo en su pensamiento, su palabra alcanzó la autenticidad de lo que sale de adentro; no solo de la cabeza o de la razón; condición necesaria, creemos, para que adquiera naturaleza de verdad la palabra del creador.
Ahí, aquí están las tantas palabras, la misma palabra de Galeano. Las venas, ese libro extraño como extraños algunos libros que ha dado esta América . Está Memoria del fuego, la versión literaria del anterior; Días y noches de amor y de guerra, El libro de los abrazos.
Tantas palabras, las mismas y distintas, bien vale la pena revisitarlas; mirarlas por primera vez. Algo nos dirán, algo veremos de los creadores; la altura, la dimensión incambiable, única de la vida. Las venas abiertas de América Latina no se han cerrado; no las hemos cerrado. Y, quizás, más importante, intentar una respuesta a una pregunta difícil.
¿Cómo no perder el alma, la ternura, la altura del hombre entre el horror?"
Joaquín Peña Gutiérrez.
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