Heródoto, venido de Grecia, comprobó que el río y el cielo de Egipto no se parecían a ningún
otro río ni a ningún otro cielo, y lo mismo ocurría con las costumbres.
Gente rara, los egipcios: amasaban la harina con los pies y el barro con las manos, y momificaban
a sus gatos muertos y los guardaban en cámaras sagradas.
Pero lo que más llamaba la atención era el lugar que las mujeres ocupaban entre los hombres.
Ellas, fueran nobles o plebeyas, se casaban libremente y sin renunciar a sus nombres ni a sus bienes.
La educación, la propiedad, el trabajo y la herencia eran derechos de ellas, y no sólo de ellos, y eran ellas quienes hacían las compras en el mercado mientras ellos estaban tejiendo en casa.
Según Heródoto, que era bastante inventón, ellas meaban de pie y ellos, de rodillas.
GALEANO
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