La herencia colonial obliga al Tercer Mundo, habitado por gentes de tercera,
a que acepte como propia la memoria de sus vencedores y a que compre la mentira ajena
para usarla como si fuera la propia verdad.
Nos premian la obediencia,
nos castigan la inteligencia
y nos desalientan la energía creadora.
Somos opinados, pero no podemos ser opinadores.
Tenemos derecho al eco, pero no tenemos derecho a la voz.
Y los que mandan elogian nuestro talento de papagayos.
Nosotros decimos no, nos negamos a aceptar esta mediocridad como destino.
Nosotros decimos no al miedo.
No al miedo de decir,
al miedo de hacer,
al miedo de ser.
El colonialismo visible prohíbe decir,
prohíbe hacer, prohibe ser.
El coloníalismo invisible, mucho más eficaz,
nos convence de que no se puede ser,
nos convence: de que no se puede decir,
nos convence de que no se puede ser.
El miedo se disfraza de realismo: para que la realidad no sea irreal,
nos dicen los ideólogos de la impotencia,
la moral ha de ser inmoral.
Ante la indignidad,
ante la miseria,
ante la mentira,
no tenemos más remedio que la resignación.
Signados por la fatalidad, nacemos haraganes irresponsables,
violentos,
tontos,
pintorescos
y condenados a la tutela militar.
A lo sumo podemos aspirar a convertirnos en prisioneros de buena conducta,
capaces de pagar puntualmente los Intereses de una descomunal deuda externa contraída para financiar el lujo que nos humilla y el garrote que nos golpea.
Y en este cuadro de cosas, nosotros decimos no a la neutralidad de la palabra humana.
Decimos no a quienes nos invitan a lavarnos las manos ante las cotidianas crucifixiones que ocurren a nuestro alrededor.
A la aburrida fascinación de un arte frío, indiferente, contemplador del espejo.
Preferimos un arte caliente que celebra la aventura humana en el mundo y en ella participa,
que es un arte irremediablemente enamorado y peleón.
Eduardo Galeano.
De: " Nosotros decimos no."
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