26.2.16

"No se puede leer a Galeano y salir ileso."


“Yo no quise escribir una obra objetiva. Ni quise ni podría”
 dice Galeano.

Por Silvina Friera
A Eduardo Galeano se lo lee con pasión. No hay otro modo de respirar esa prosa pulida, esa bellísima desnudez de sus textos que cabalgan a rienda corta. Cada palabra tiene su peso, su sabor, su aroma y su música. Cuando el lector comienza a galopar por el vasto territorio narrativo del escritor y periodista uruguayo, escucha la tensión y el jadeo de una voz, incisiva y militante, que se compromete con la genealogía de América latina. “Yo no quise escribir una obra objetiva. Ni quise ni podría. Nada tiene de neutral este relato de la historia. Incapaz de distancia, tomo partido: lo confieso y no me arrepiento. Sin embargo, cada fragmento de este vasto mosaico se apoya sobre una sólida base documental. Cuanto aquí cuento, ha ocurrido; aunque yo lo cuento a mi modo y manera”, señala Galeano en el prólogo de la trilogía Memoria del fuego.

Sólo un “pésimo estudiante de historia”, como se define Galeano, pudo reescribir, en un épico trabajo de recreación literaria, la historia del continente a través de retazos, pequeñas viñetas y misceláneas brevísimas. 
“A lo largo de los siglos, América latina no sólo ha sufrido el despojo del oro y de la plata, del salitre y del caucho, del cobre y del petróleo: también ha sufrido la usurpación de la memoria. Desde temprano ha sido condenada a la amnesia por quienes le han impedido ser. La historia oficial latinoamericana se reduce a un desfile militar de próceres con uniformes recién salidos de la tintorería”.
 Con esta reescritura, tan necesaria como ineludible, el escritor uruguayo, como un Prometeo rioplatense, le insufló ese hálito de vida que le faltaba a la historia, fosilizada y traicionada en alambicados textos académicos, sepultada bajo el bronce de las estatuas y el mármol de los monumentos. Y así sacó del Museo de Cera y de la Región de los Muertos nuestro pasado, para desplegar los distintos acontecimientos que fueron marcando el devenir de los pueblos americanos, desde una óptica americanista y crítica, la única que podía aceitar los músculos de esa memoria tan estática como silenciada.
Sin memoria, sin conciencia de la opresión, la historia no puede progresar. Galeano recrea la otra cara de la historia, o mejor dicho, desplaza al cuerpo central de sus luminosos relatos lo que antes estaba en los márgenes, al pie de las páginas, en el mejor de los casos, o lo que había sido suprimido o ignorado. Hay un uso ejemplar de la memoria en ese mosaico de textos que exploran las lecciones que han dejado las injusticias sufridas. Ese material puede alumbrar, de un modo implícito, las luchas contra los atropellos del presente. Memoria del fuego, trilogía compuesta por Los nacimientos (1982), Las caras y las máscaras (1984) y El siglo del viento (1986), comienza con “las primeras voces” que poblaron este continente, con los mitos de creación de los distintos pueblos precolombinos, las cosmogonías indígenas: “Rompo este huevo y nace la mujer y nace el hombre. Y juntos vivirán y morirán. Pero nacerán nuevamente. Nacerán y volverán a morir y otra vez nacerán. Y nunca dejarán de nacer, porque la muerte es mentira”.
El primer volumen, Los nacimientos, llega hasta 1700. Galeano hipnotiza con una vastedad de voces; de pronto el lector, como la niña que descubrió que estaba viva, siente que el asombro del mundo le abre los ojos y se abraza con los mayas-quichés, que vinieron desde el Oriente, “con sus dioses cargados a la espalda”; simpatiza con Kanaima, ese fantasma que había nacido de los vencedores para vengar a los vencidos; “conversa” y duda, como los poetas invitados por Tecayehuatzin, rey de Huexotzingo; celebra que los indios quillacingas paguen su tributo poniendo en las manos del recaudador del Imperio de los Incas un cartucho de bambú lleno de piojos; escucha a Antonio de Montesinos denunciar el exterminio al que fueron sometidos los indios y comprende por qué Gonzalo Guerrero, el primer conquistador conquistado por los indios Mayas, peleó junto a los hermanos que eligió y le dio la espalda a “la madre patria”. En muchos de estos fragmentos –que operan como ensayo, poesía épica, testimonio, crónica y cuento breve– subyace la imperiosa necesidad de separarse del yo para ir hacia el otro.
En ese movimiento de acercarse a los otros, Galeano abraza a los lectores y no los suelta hasta el final del primer volumen, con esa pieza poéticamente magistral, Penumbra de otoño, sobre el rey de España llamado “El hechizado”, el último de la Casa de Habsburgo: “Carlos II, rojos los ojos saltones, tiembla y delira. El es un pedacito de carne amarilla que huye entre las sábanas, mientras huye también el siglo y acaba, así, la dinastía que hizo la conquista de América”.
 El segundo tomo, Las caras y las máscaras, abarca desde 1700 al 1900. La forma no cambia: crónicas breves, contundentes, liberadoras.
 Cada texto es una reflexión ética que se proyecta sobre una realidad dolorosa. “Del Paraguay aniquilado, sobrevive la lengua –escribe el autor–. Misteriosos poderes tiene el guaraní, lengua de indios, lengua de conquistados que los conquistadores hicieron suya. A pesar de prohibiciones y desprecios, el guaraní es la lengua nacional de esta patria en escombros y la lengua nacional seguirá siendo aunque la ley no quiera. Aquí el mosquito se seguirá llamando uña del Diablo y caballito del Diablo la libélula. Seguirán siendo fuegos de la luna las estrellas y el crepúsculo la boca de la noche. En guaraní han pronunciado los soldados paraguayos su santo y seña y sus arengas, mientras duró la guerra, y en guaraní han cantado. En guaraní callan, ahora, los muertos.”

En el tercero y último tomo, El siglo del viento, sobrevuela por la historia reciente del siglo XX. Entre otros, son retratados por el autor Emiliano Zapata, Pancho Villa, Buster Keaton, Lenin, Gabriel García Márquez, Tina Modotti, Carlos Gardel, Cantinflas, Trotsky, Pelé y Garrincha, Alejo Carpentier, Rita Hayworth, Marilyn Monroe, Luis Buñuel, Eva Perón, Ronald Reagan, el senador McCarthy, Fidel, Camilo Cienfuegos, Kennedy, el Che Guevara, Salvador Allende, Pablo Neruda, Elvis Presley, Ernesto Cardenal, Julio Cortázar y las Madres de la Plaza de Mayo, “secas de tanto llorar, desesperadas de tanto esperar a los que estaban y ya no están, o quizás siguen estando, o quién sabe”.
En Memoria del fuego, el escritor apela a una amplia y rica variedad de documentos, libros de investigación histórica, etnográfica, económica; revistas, manifiestos, artículos, memorias, biografías, autobiografías, novelas y canciones populares, bibliografía consultada que aparece consignada al final de cada volumen.
A 26 años de la publicación de la primera parte de esta colosal trilogía, se puede afirmar que el deseo de Galeano se cumplió: le ha devuelto a la historia el aliento, la libertad y la palabra. 
Porque es escritor y no historiador, rescató la memoria secuestrada de toda América, conversó con ella y le preguntó, entre otras cosas, de qué diversos barros nació, de qué actos de amor y violaciones viene. Y porque el diálogo continúa, Memoria del fuego es una lectura obligada, la leña que siempre vuelve a crepitar, cuando hoy como hace cinco siglos América latina sigue siendo una tierra “despreciada y entrañable”, que tiene muchas tareas pendientes para restablecer el pleno sentido de palabras como libertad y justicia social. Esta Memoria... vale por el oro que Colón no encontró en América. 
No se puede leer a Galeano y salir ileso.

25.2.16

Cuba : Porfiada dignidad.


¡"La dignidad de Cuba no se negocia!"



"Cuba sigue siendo el país más solidario del
mundo. 
Cuba fue el único país que abrió las puertas a los haitianos fugitivos de
hambre y de la dictadura militar, que en cambio fueron expulsados de Estados

Unidos.
Se juzga a Cuba como si no estuviera padeciendo desde hace más de treinta años,
una continua situación de emergencia.
 Astuto enemigo, sin duda, que condena las
consecuencias de sus propios actos.

A Cuba le dictan cursos de derechos humanos quienes silban y miran para otro lado
cuando la pena de muerte se aplica en otros de América y se aplica de vez en
cuando, sino de manera sistemática: achicharrando negros en las sillas eléctricas
de Estados Unidos, masacrando indios en las sierras de Guatemala y acribillando
niños en las calles de Brasil.
¿Deja de ser admirable la porfiada valentía de esta isla minúscula, condenada a la
soledad, en un mundo donde el servilismo es alta virtud o prueba de talento?
Fidel Castro es un símbolo de dignidad nacional. 
Para los latinoamericanos, que ya
estamos cumpliendo cinco siglos de humillación, un símbolo entrañable"

Eduardo Galeano

"El amor y la locura."

Eduardo Galeano - El amor y la locura -
Cuentan que una vez se reunieron todos los Sentimientos y Cualidades de los hombres en un lugar de la tierra.
Cuando el Aburrimiento había bostezado por tercera vez, la Locura, como siempre tan loca, les propuso: - “Vamos a jugar a las escondidas!”
La Intriga levanto la ceja intrigada y la Curiosidad sin poder contenerse preguntó:- ¿”A las escondidas”?, y ¿Cómo es éso?
- “Es un juego” - explicó la Locura–, en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón mientras ustedes se esconden, y cuando yo haya terminado de contar, al primero de ustedes que encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego.
El Entusiasmo bailó secundado por la Euforia, la Alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la Duda, e incluso a la Apatía, a la que nunca le interesaba nada.
Pero no todos quisieron participar: La Verdad prefirió no esconderse. ¿Para que? si al final la hallaban.
 La Soberbia opinó: que era un juego muy tonto (en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido de ella) y la Cobardía prefirió no arriesgarse. —-Uno, dos, tres, cuatro,… comenzó a contar la Locura...
La primera en esconderse fue la Pereza, que como siempre se dejó caer tras la primera piedra en el camino. 
La Fe subió al cielo y la Envidia se escondió tras la sombra del Triunfo, que, con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto.
La Generosidad casi no alcanzaba a esconderse, pues cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos: — ¿Que si era un lago cristalino? ideal para laBelleza. — ¿Que si la rendija de un árbol? perfecto para la Timidez. — ¿Que si el vuelo da la mariposa? Lo mejor para la Voluptuosidad. — ¿Que si una ráfaga de Viento? magnífico para la Libertad. …
Así terminó por ocultarse en un rayito de Sol.
El Egoísmo en cambio encontró un sitio muy bueno desde el principio. Ventilado, Cómodo, pero sólo para él.
 La Mentira se escondió en el fondo de los océanos (mentira, en realidad se escondió detrás del arco iris) y la Pasión y el Deseo en el centro de los volcanes.
El Olvido no recuerdo dónde se escondió, pero éso no es lo importante.
Cuando la Locura estaba por el 999,999, el Amor aún no había encontrado sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado hasta que divisó una rosa y, enternecido, decidió esconderse entre sus flores.
— Un millón, contó la Locura y comenzó a buscar. 
La primera en aparecer fue la Pereza sólo a tres pasos de una piedra. 
Después se escuchó a la Fe discutiendo con Dios sobre zoología. Sintió vibrar a la Pasión y el Deseo en los volcanes. 
En un descuido encontró a la Envidia y, claro pudo deducir donde estaba el Triunfo.
 Al Egoísmo no tuvo ni que buscarlo.
 Él solito salió disparado de su escondite que había resultado ser un nido de avispas. 
De tanto caminar, sintió sed y al acercarse al lago descubrió a la Belleza.
 Con la Duda resultó ser mas fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aún de qué lado esconderse.
 Así fue encontrando a todos. 
Al Talento entre la hierba fresca, a la Angustia en una oscura cueva, a la Mentira detrás del arco iris… (mentira, estaba en el fondo del océano) y hasta al Olvido, a quien ya se le había olvidado que estaba jugando a las escondidas.
Sólo el Amor no aparecía por ningún sitio. 
La Locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyuelo del planeta y en la cima de las montañas.
 Cuando estaba a punto de darse por vencida, divisó un rosal.
 Tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto, se escuchó un doloroso grito.
 Las espinas habían herido al Amor en los ojos. 
La Locura no sabia qué hacer para disculparse. Lloró, Rogó, Imploró, Pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.
Desde entonces, desde que por primera vez se jugó a las escondidas en la Tierra…
“El Amor es ciego y la Locura siempre lo acompaña!”
Eduardo Galeano

"El amor es una enfermedad"

Obra de Camille Claudel
Camille Claudel.

El amor es una enfermedad de las más jodidas y contagiosas. 
 A los enfermos, cualquiera nos reconoce. 
Hondas ojeras delatan que jamás dormimos, despabilados noche tras noche por los abrazos, o por la ausencia de los abrazos, y padecemos fiebres devastadoras y sentimos una irresistible necesidad de decir estupideces.

El amor se puede provocar, dejando caer un puñadito de polvo de quereme, como al descuido, en el café o en la sopa o en el trago. 
Se puede provocar, pero no se puede impedir. 
No lo impide el agua bendita, ni lo impide el polvo de hostia; tampoco el diente de ajo sirve para nada. 
El amor es sordo al Verbo divino y al conjuro de las brujas. 
No hay decreto del gobierno que pueda con él, ni pócima capaz de evitarlo, aunque las vivanderas pregonen, en los mercados, infalibles brebajes con garantía y todo.

EDUARDO GALEANO.

24.2.16

" La mujer ejemplar."

"Hasta un caballo manso patea
 si sufre demasiado."
Alex Haley.

Vivió obedeciendo al mandato bíblico y a la tradición histórica.

Ella barría, lustraba, enjabonaba, enjuagaba, planchaba, cosía y cocinaba.

A las ocho en punto de la mañana servía el desayuno, con una cucharada de miel para el eterno ardor de garganta de su marido.
 A las doce en punto servía el almuerzo, consomé, puré de papas, pollo hervido, duraznos en almíbar.
 Y a las ocho en punto la cena, con el mismo menú.
Jamás se atrasó, jamás se adelantó.
 Comía en silencio, porque no era mujer opinativa ni preguntativa, mientras el marido contaba hazañas presentes y pasadas.
Después de la cena, se demoraba lavando lentamente los platos, y entraba en la cama rogando a Dios que él estuviera dormido.

Para entonces ya se habían difundido bastante la máquina lavarropas, la aspiradora eléctrica y el orgasmo femenino, que habían llegado poco después de la penicilina; pero ella no se enteraba de las novedades.

Sólo escuchaba los radioteatros, y rara vez salía del refugio de paz donde vivía a salvo de la violencia del mundo.
Una tarde, salió.
Fue a visitar a una hermana enferma.
 Cuando regresó, al anochecer, encontró al marido muerto.
Algunos años después, la abnegada confesó que esta historia no había terminado exactamente así.
Contó el otro final a un vecino llamado Gerardo Mendive, que se lo contó a un vecino que se lo contó a otro vecino que se lo contó a otro: al volver de la casa de la hermana, ella encontró al marido caído en el suelo, jadeando, bizqueando, la cara de color tomate, y pasó de largo, se metió en la cocina, preparó un inolvidable banquete de calamares en su tinta y merluza a la vasca, con un postre de alta torre de frutas y de helados, todo regado con un vino añejo que tenía escondido, y a las ocho en punto de la noche, como era su deber, sirvió la cena, se hartó de comer y de beber, confirmó que él estaba definitivamente quieto en el suelo, se persignó, se vistió de negro y llamó por teléfono al médico.

Eduardo Galeano

"El pánico y sus trampas."

Entre una punta y la otra, el medio. 
Entre los que viven prisioneros del desamparo y los que viven

 prisioneros de la opulencia, están los niños que tienen bastante más que nada, pero mucho menos
 que todo. 
Cada vez son menos libres los niños de clase media.
 Se les confisca la libertad, día tras día,

 la sociedad que sacraliza el orden mientras genera el desorden. En estos tiempos de inestabilidad
 social, cuando se concentra la riqueza y la pobreza se difunde a ritmo implacable, ¿quién no
 siente que el piso cruje bajo los pies?
 La clase media vive en estado de impostura, simulando

 tener más que lo que tiene, pero nunca le ha resultado tan difícil cumplir con esta abnegada 
tradición.
 Está, hoy por hoy, paralizada por el pánico: el pánico de perder el trabajo, el auto, la casa,

 las cosas, y el pánico de no llegar a tener lo que se debe tener para llegar a ser. 
 La sufrida clase media sigue creyendo en la experiencia como aprendizaje

 de la obediencia, y con frecuencia defiende todavía al orden establecido como si fuera su dueña, 
aunque no es más que una inquilina del orden, más que nunca agobiada por el precio del alquiler
 y el pánico al desalojo.
En el pánico, pánico de vivir, pánico de caer, cría a sus hijos. Atrapados en las trampas del

 pánico, los niños de clase media están cada vez más condenados a la humillación del encierro 
perpetuo.
 En la ciudad del futuro, que ya está siendo presente, los teleniños, vigilados por niñeras

 electrónicas, contemplarán la calle desde el balcón o la ventana: la calle prohibida por la violencia, 
o por el pánico a la violencia; la calle donde ocurre el siempre peligroso, y a veces prodigioso, 
espectáculo de la vida.

Eduardo Galeano