vuelve a aguantar, pero
está cortada."
Chema jugaba con la pelota, la pelota jugaba con Chema, la pelota era un mundo de colores y el mundo volaba, libre y loco, flotaba en el aire, rebotaba donde quería, picaba para aquí, saltaba para allá, de brinco en brinco: llegó la madre y mandó a parar.
Maya López atrapó la pelota y la guardó bajo llave, dijo que Chema era un peligro para los muebles, para la casa, para el barrio y para la Ciudad de México y lo obligó a ponerse los zapatos, a sentarse como es debido y a hacer las tareas para la escuela.
-Las reglas son las reglas -dijo.
Chema alzó la cabeza:
-Yo también tengo mis reglas -dijo.
Y dijo que, en su opinión, una buena madre debía obedecer las reglas de su hijo:
- Que me dejes jugar todo lo que quiera,
que me dejes andar descalzo,
que no me mandes a la escuela ni a nada parecido,
que no me obligues a dormir temprano
y que cada día nos mudemos de casa.
Y mirando el techo, como quien no quiere la cosa, agregó:
-Y que seas mi novia."
EDUARDO GALEANO.
"Cuando Ricardo Marchini cumplió diez años de edad, sintió que la hora de la verdad había llegado.
--Vamos, Leo --dijo--. Tenemos que hablar.
Y se marcharon, calle arriba, los dos. Anduvieron un buen rato por el barrio Saavedra, dando vueltas, en silencio. Leonardo se detenía mucho, como tenía costumbre, y después apuraba el paso para alcanzar a Ricardo, que caminaba con las manos en los bolsillos y el ceño fruncido.
Al llegar a la plaza, Ricardo se sentó. Tragó saliva. Apretó la cara de Leonardo entre las manos y, mirándolo a los ojos, largó el chorro.
-Mirá Leo perdoná que te lo diga pero vos no sos hijo de papá y mamá, es mejor que lo sepas Leo, que a vos te recogieron de la calle.
Suspiró hondo:
-Tenía que decírtelo, Leo.
Leonardo había sido encontrado, cuando era muy chiquito, dentro de una bolsa negra de basura, pero Ricardo prefirió ahorrarle esos detalles.
Entonces, regresaron a casa.
Ricardo iba silbando, Leonardo meneaba el rabo, saludando a los amigos: los vecinos lo querían, porque él era marrón y blanco, como el Platense, el club de fútbol del barrio, que casi nunca ganaba.
EDUARDO GALEANO.