"Tenía tan mala memoria
que se olvidó de que tenía mala memoria
y se acordó de todo."
Ramón Gómez de la Serna.
La amnesia, dice el poder, es sana. Desde el punto de vista del poder, no sólo estaban y están locas las madres de sus víctimas, sino que también están locos sus propios instrumentos, los verdugos, cuando no pueden dormir a pata suelta, sin otra molestia que los mosquitos del verano. No es mucha la gente que nace con esa incómoda glándula llamada conciencia, que segrega culpa, pero a veces se da: cuando un oficial del ejército argentino, el capitán Scilingo, reveló que no podía dormir sin lexotanil o borrachera desde que había arrojado al mar a treinta prisioneros vivos, sus superiores le recomendaron tratamiento psiquiátrico, porque se había vuelto loco.
El gobierno argentino ha enviado a Europa a más de un oficial nazi, aplicando la extradición por crímenes masivos cometidos hace más de medio siglo, al mismo tiempo que otorgaba impunidad, y aplausos, a los oficiales argentinos que habían cometido crímenes masivos hace un rato nomas.
La memoria y la justicia, ¿son lujos que los países latinoamericanos no pueden permitirse? ¿Estamos obligados a vivir en estado de perpetua mentira? El poder identifica a la memoria con el desorden y a la justicia con la venganza.
En nombre del orden democrático y de la conciliación nacional, se han dictado leyes de impunidad de los países latinoamericanos que vienen de sufrir dictaduras militares.
Esas leyes, que entierran el pasado, destierran la justicia.
Cuando en 1989 se realizo en el Uruguay el plebiscito contra la impunidad, la mayoría de la gente cayó en la trampa de la propaganda oficial, que sembró el pánico bombardeando con amenazas a la opinión pública.
Lavado de memoria, lavado de cerebro: si se castigaban los crímenes de la gente de uniforme, o si simplemente se abría la posibilidad de que semejante cosa ocurriera, la violencia volvería, se repetiría la historia.
El olvido era el precio de la paz.
La experiencia dice todo lo contrario. Para que la historia no se repita, hay que recordarla la impunidad, que premia al delito, estimula al delincuente.
Y cuando el delincuente es el estado, que viola, roba, tortura y mata sin rendir cuentas a nadie, se emite desde el poder une luz verde que autoriza a la sociedad entera a violar, robar, torturar y matar. Y la democracia paga, a la corta o a la larga, las consecuencias.
La impunidad del poder, hija de la mala memoria, es una de las maestras de la Escuela del Crimen.
A esa escuela acuden, hoy por hoy, muchos millones de niños latinoamericanos; y el alumnado crece día a día.
EDUARDO GALEANO