7.3.19
Juana Azurduy.
"En 1816, el gobierno de Buenos Aires otorgó el grado de teniente coronel
a Juana Azurduy, en virtud de su varonil esfuerzo.
En la guerra de la independencia, ella había encabezado a los guerrilleros
que arrancaron el cerro de Potosí de manos españolas.
Las mujeres tenían prohibido meterse en los masculinos asuntos de la guerra,
pero los oficiales machos no tenían más remedio que admirar el viril coraje de esta mujer.
Al cabo de mucho galopar, cuando ya la guerra había matado a su marido
y a cinco de sus seis hijos, también Juana murió.
Murió en la pobreza, pobre entre los pobres, y fue arrojada a la fosa común.
Casi dos siglos después, el gobierno argentino, presidido por una mujer,
la ascendió al grado de generala del ejército, en homenaje a su femenina valentía."
EDUARDO GALEANO
Domitila Barrios - Eduardo Galeano .
" Nuestro enemigo principal es el miedo."
Domitila Barrios de Chungara
- Bolivia -
“Bessie”.
“Jamás dejará de cantar,
la más grande de todas las cantantes blues del mundo”.
Janis Joplin y Juanita Green,
hija de una vieja empleada doméstica de Bessie,
pagaron una losa con el epitafio
.
“Esta mujer canta sus lastimaduras con la voz de la gloria
y nadie puede hacerse el sordo o el distraído.
Pulmones de la honda noche: Bessie Smith, inmensamente gorda,
inmensamente negra, maldice a los ladrones de la Creación.
Sus blues son los himnos religiosos de las pobres negras borrachas de los suburbios: anuncian que serán destronados los blancos y machos y ricos que humillan al mundo”.
EDUARDO GALEANO
"Las intrusas perturban una tranquila digestión del cuerpo de Dios."
"En una gran iglesia de Madrid, con misa especial
se celebra el aniversario
de la independencia Argentina.
Diplomáticos, empresarios y militares
han sido invitados por el general Leandro Anaya,
embajador de la dictadura que allá lejos
se está ocupando de asegurar la herencia
de la patria, la fe y demás propiedades.
Bellas luces caen desde los vitrales sobre los rostros y vestimentas de señoras y señores.
En domingos como éste, Dios es digno de confianza.
Muy de vez en cuando alguna tosecita decora el silencio, mientras el sacerdote va
cumpliendo el rito: imperturbable silencio de la eternidad,
eternidad de los elegidos del Señor.
Llega el momento de la comunión.
Rodeado de guardaespaldas, el embajador argentino se acerca al altar.
Se arrodilla, cierra los ojos, abre la boca.
Pero ya se despliegan los blancos pañuelos, ya los pañuelos están cubriendo
las cabezas de las mujeres que avanzan por la nave central,
y las naves laterales: las madres de Plaza de Mayo caminan suavemente,
algodonoso rumor hasta rodear a los guardaespaldas que rodean al embajador.
Entonces lo miran fijo.
Simplemente lo miran fijo.
El embajador abre los ojos, mira todas esas mujeres que lo están mirando
sin parpadear y traga saliva, mientras que se paraliza en el aire la mano del sacerdote
con la hostia entre dos dedos.
Toda la iglesia está llena de ellas.
De pronto en el templo ya no hay santos ni mercaderes ni nada más
que una multitud de mujeres no invitadas, negras vestiduras, blancos pañuelos,
todas calladas, todas de pie."
EDUARDO GALEANO.
Olympia de Gouges.
"Hombre, ¿eres capaz de ser justo?
Una mujer te hace esta pregunta,
al menos no le quitarás ese derecho.
Son femeninos los símbolos de la revolución francesa, mujeres de mármol o bronce, poderosas tetas desnudas, gorros frigios, banderas al viento.
Pero la revolución proclamó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y cuando la militante revolucionaria Olympia de Gouges propuso la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, marchó presa, el Tribunal Revolucionario la sentenció y la guillotina le cortó la cabeza.
Al pie del cadalso, Olympia preguntó:
-Si las mujeres estamos capacitadas para subir a la guillotina, ¿por qué no podemos subir a las tribunas públicas?
No podían. No podían hablar, no podían votar. La Convención, el Parlamento Revolucionario, había clausurado todas las asociaciones políticas femeninas y había prohibido que las mujeres discutieran con los hombres en pie de igualdad.
Las compañeras de la lucha de Olympia de Gouges fueron encerradas en el manicomio.
Y poco después de su ejecución, fue el turno de Manon Roland.
Manon era la esposa del ministro del Interior, pero ni eso la salvó.
La condenaron por “su antinatural tendencia a la actividad política”.
Ella había traicionado su naturaleza femenina, hecha para cuidar el hogar y parir hijos valientes, y había cometido la mortal insolencia de meter la nariz en los masculinos asuntos de estado.
Y la guillotina volvió a caer.
EDUARDO GALEANO.
" We are persons."
"La dignidad es el respeto
que una persona tiene de sí misma
y quien la tiene no puede hacer nada
que lo vuelva despreciable ."
Concepción Arenal.
"El día 18 de octubre, del año 1929, la ley reconoció, por primera vez, que las mujeres de Canadá son personas.
Hasta entonces, ellas creían que eran, pero la ley no.
La definición legal de persona no incluye a las mujeres, había sentenciado la Suprema Corte de Justicia.
Emily Murphi, Nellie MacClung, Irene Parlby, Henrietta Edwards y Louise McKinney conspiraban mientras tomaban té.
Ellas derrotaron a la Suprema Corte . "
EDUARDO GALEANO.
De : " Mujeres."
"Los relatos de Galeano respiran en las voces de sus indómitas mujeres." Silvina Friera
como un inquieto hechicero que mezcla palabras,
imágenes,
sentimientos y desobediencias,
los relatos de Galeano respiran en las voces de sus indómitas mujeres."
Silvina Friera
" La pluma de Eduardo Galeano en defensa de las mujeres" Silvina Friera.
“Del miedo de morir nació la maestría de narrar.” La frase final de “Sherezade”, el texto inicial de Mujeres (Siglo XXI), el libro póstumo de Eduardo Galeano, plantea un asunto fundamental en la obra del escritor, que murió hace dos meses, el pasado 13 de abril: la centralidad de la mujer porque esa habilidad, vinculada con la sobrevivencia de la narradora de Las mil y una noches –que con sus cuentos evita ser degollada por el rey–, es un atributo femenino. En los espacios en blanco que cada lectora y lector “completa” a su manera, en el elástico de las interpretaciones posibles, el autor parece insinuar que un hombre, en el lugar de Sherezade, habría fracasado. Al margen de que se pueda sospechar de exageración, texto tras texto de esta antología preparada especialmente por Galeano, cuya primera edición de 25 mil ejemplares se agotó en diez días, traza el itinerario de una sensibilidad excepcional por las cuestiones de género, cuando la izquierda en general, los militantes políticos e intelectuales comprometidos consideraban que era un tema superfluo y menor que no pertenecía al linaje trascendente.
El arco temporal de Mujeres cubre casi cuarenta años. Los textos elegidos por Galeano pertenecen a Vagamundo y otros relatos (1973), Memoria del fuego (1982), El libro de los abrazos (1989), Las palabras andantes (1993), Patas arriba. La escuela del mundo al revés (1998), Espejos. Una historia casi universal (2008) y Los hijos de los días (2012). “Hace mil años, dos mujeres japonesas escribieron como si fuera ahora”, afirma el escritor en “Fundación de la novela moderna”. “Según Jorge Luis Borges y Marguerite Yourcenar, nadie nunca ha escrito una novela mejor que la Historia de Genji, de Murasaki Shikibu, magistral recreación de aventuras masculinas y humillaciones femeninas.” La otra japonesa es Sei Shônagon por su Libro de la almohada. Galeano escribía como si pintara las palabras, convencido de que era el mejor camino para acariciar el alma de los otros. Todos sus textos despliegan un carácter insubordinado que los aproximan al territorio de la poesía. “Las sacerdotisas negras de Bahía aceptan amantes, no maridos. El matrimonio da prestigio, pero quita libertad y alegría. A ninguna le interesa formalizar boda ante cura o el juez: ninguna quiere ser esposada esposa, señora de. Cabeza erguida, lánguido balanceo: las sacerdotisas se mueven como reinas de la Creación. Ellas condenan a sus hombres al incomparable tormento de sentir celos de los dioses”, se lee en “Las mujeres de los dioses”, que pertenece a Memoria del fuego, un texto a contrapelo del machismo imperante en la América Latina de los primeros años ’80.
Muchas mujeres protagonizan las páginas de este libro; están Juana de Arco, Rosa Luxemburgo, Emily Dickinson, Rigoberta Menchú, Eva Perón, Marilyn Monroe, Rita Hayworth, Alfonsina Storni, Alicia Moreau, Bessie Smith, Safo, Aspasia, Frida Kahlo, Carmen Miranda, Isadora Duncan, Sarah Bernhardt, Teresa de Avila, Matilde Landa, las Madres de Plaza de Mayo, Delmira Agustini, Camille Claudel, Georgia O’Keefe, Josephine Baker, Marie Curie y Juana Manso, entre otras artistas, poetas, cantantes, bailarinas, científicas, escritoras y militantes políticas de todos los tiempos. Galeano también cuenta y canta historias de hazañas colectivas femeninas, extraviadas en los laberintos ingratos de la memoria como las migas de pan en el mantel de un antiguo festín. El escritor recuerda a las prostitutas rebeldes de San Julián –cuyos nombres recuperó Osvaldo Bayer–, que se negaron a recibir a los soldados asesinos la noche del 17 de febrero de 1922. Evoca a las guerreras de la revolución mexicana, a las mil quinientas mujeres que invadieron el Parlamento en El Cairo en 1951 y a las obreras, costureras, panaderas, cocineras, niñeras, floristas, limpiadoras y planchadoras que lucharon en la Segunda Comuna de París. “Si se puede bailar una emoción, si se puede bailar una idea, ¿por qué no se puede bailar un himno?”, se pregunta en “Isadora”, relato sobre el momento en que Duncan bailó el Himno nacional en un café de Buenos Aires.
Otro texto de una belleza descomunal es “Bessie”: “Esta mujer canta sus lastimaduras con la voz de la gloria y nadie puede hacerse el sordo o el distraído. Pulmones de la honda noche: Bessie Smith, inmensamente gorda, inmensamente negra, maldice a los ladrones de la Creación. Sus blues son los himnos religiosos de las pobres negras borrachas de los suburbios: anuncian que serán destronados los blancos y machos y ricos que humillan al mundo”.
Galeano es uno de los primeros escritores feministas o con una conciencia de lo femenino extraordinaria. La publicación de este libro es una especie de “acto de justicia”: el paño de estas textualidades permite resaltar la importancia de un tema que no es lo que se visibiliza cuando se piensa en la obra del escritor y periodista uruguayo. En “Puntos de vista (6)”, de Patas arriba..., intenta desmontar el machismo arraigado en la cultura universal: “Si Eva hubiera escrito el Génesis, ¿cómo sería la primera noche de amor del género humano? Eva hubiera empezado por aclarar que ella no nació de ninguna costilla, ni conoció a ninguna serpiente, ni ofreció manzanas a nadie, y que Dios nunca le dijo que parirás con dolor y tu marido te dominará. Que todas esas historias son puras mentiras que Adán contó a la prensa”. Como si intentara ajustar las cuentas con los hombres, en “Homenajes” recopila lo que han dicho o escrito varios pensadores –“humanos y divinos, todos machos”– sobre las mujeres: “La mujer es un hombre incompleto” (Aristóteles). “La mujer es un error de la naturaleza, nace de un esperma en mal estado” (Santo Tomás de Aquino). “Las gallinas ponen huevos y las mujeres, cuernos” (Francisco de Quevedo). “La mujer es un animal de pelo largo y pensamiento corto” (Arthur Schopenhauer).
La brevedad de las frases de Galeano traza una prolongada curva en el aire, como si pintara con un puñado de palabras necesarias las tensiones y prejuicios acumulados, capas tras capas, durante siglos. Hay personajes que ejercen su magia y el escritor la devuelve multiplicada, como sucede con Sukaina, bisnieta de Mahoma que no sólo no usaba el velo, sino que lo denunció a gritos, se casó cinco veces y en sus contratos matrimoniales se negó a aceptar la obediencia al marido. Como las dos mujeres gallegas que contrajeron matrimonio en la iglesia de San Jorge en 1901, Elisa Sánchez y Marcela Gracia, una de ellas vestida como hombre. O la “molestosa” Juana Manso, que contra viento y marea fundó escuelas laicas y mixtas en Argentina y Uruguay y “se divorció cuando el divorcio no existía”. O las cinco mujeres que voltearon la dictadura militar de Hugo Banzer en Bolivia y el diminutivo de Domitila que funciona como una especie de dardo semántico: “El enemigo principal, ¿cuál es?, ¿la dictadura militar? ¿La burguesía boliviana? ¿El imperialismo? No, compañeros. Yo quiero decirles estito: nuestro principal enemigo es el miedo. Lo tenemos adentro”.
Varios textos exploran las dificultades de narradoras y poetas, como “Ellos son ellas” sobre las hermanas Brontë –Emily, Anne y Charlotte–, “intrusas en el masculino reino de la literatura” que “se han puesto máscaras de hombres para que los críticos les disculpen el atrevimiento, pero los críticos maltratan sus obras rudas, crudas, groseras, salvajes, brutales, libertinas...”. La poeta uruguaya Delmira Agustini (1886-1914) fue asesinada a los 27 años por su ex esposo. “Había cantado a las fiebres del amor sin pacatos disimulos, y había sido condenada por quienes castigan en las mujeres lo que en los hombres aplauden, porque la castidad es un deber femenino y el deseo, como la razón, un privilegio masculino”, escribió Galeano en un texto incluido en Memoria del fuego. No podía faltar, además, una celebración a Alfonsina Storni, cuyos versos más difundidos “protestan contra el macho enjaulador”.
Como un gran mago, como un inquieto hechicero que mezcla palabras, imágenes, sentimientos y desobediencias, los relatos de Galeano respiran en las voces de sus indómitas mujeres.
Como un gran mago, como un inquieto hechicero que mezcla palabras, imágenes, sentimientos y desobediencias, los relatos de Galeano respiran en las voces de sus indómitas mujeres.
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