25.8.21

" El pie." ( Recordando a Abe Osheroff.)

Muchos no volvieron. 
Muchos de los ciudadanos del mundo que marcharon a luchar por la república española, bajo tierra española quedaron.
Abe Osheroff, de la Brigada Lincoln, sobrevivió.
Un balazo le había arruinado una pierna. Con un pie quieto y el otro pie caminando, regresó a su país.
España fue su primera guerra perdida. Y desde entonces, llevado por su pie andariego, Abe no paró.
A pesar de las traiciones y las derrotas, los palos y las cárceles, no paró. Un pie no podía, pero el otro pie quería y seguía. 
Un pie le decía: aquí me quedo, pero el otro decidía: ahí te llevo.
 Y una y otra vez ese pie, el andante, volvía al camino, porque el camino es el destino.
Y ese pie cargaba con Abe a través de los Estados Unidos, de punta a punta, de mar a mar, y lo metía en líos, un lío tras otro, contra la cacería de brujas de McCarthy y la guerra de Corea y la segregación racial y la pena de muerte y el golpe de estado en Irán y el crimen de Guatemala y la carnicería de Vietnam y el baño de sangre en Indonesia y las explosiones nucleares y el bloqueo de Cuba y el cuartelazo en Chile y la asfixia de Nicaragua y la invasión de Panamá y los bombardeos de Irak y de Yugoslavia y de Afganistán y otra vez Irak y...
Abe ya tenía noventa años y seguía siendo un caminante, cuando su amigo Tony Geist le preguntó, por preguntar nomás, cómo andaba.
 El alzó su cabeza de león de melena blanca y sonrió, de oreja a oreja:
–Aquí ando, con un pie en la tumba y el otro pie bailando.

EDUARDO GALEANO.

" La trama del tiempo."


- Guernica -

Tenía cinco años cuando se fue.
Creció en otro país, habló otra lengua.
Cuando regresó, ya había vivido mucha vida.
Felisa Ortega llegó a la ciudad de Bilbao, subió a lo alto del monte Artxanda y anduvo el camino, que no había olvidado, hacia la casa que había sido su casa.
Todo le parecía pequeño, encogido por los años; y le daba vergüenza que los vecinos escucharan los golpes de tambor que le sacudían el pecho.
No encontró su triciclo, ni los sillones de mimbre de colores, ni la mesa de la cocina donde su madre, que le leía cuentos, había cortado de un tijeretazo al lobo que la hacía llorar. Tampoco encontró el balcón, desde donde había visto los aviones alemanes que iban a bombardear Guernica.
Al rato, los vecinos se animaron a decírselo: no, esta casa no era su casa.
 Su casa había sido aniquilada. Ésta que ella estaba viendo se había construido sobre las ruinas.
Entonces, alguien apareció, desde el fondo del tiempo. Alguien que dijo:
–Soy Elena.
Se gastaron abrazándose.
Mucho habían corrido, juntas, en aquellas arboledas de la infancia.
Y dijo Elena:
–Tengo algo para ti.
Y le trajo una fuente de porcelana blanca, con dibujos azules.
Felisa la reconoció. Su madre ofrecía, en esa fuente, las galletitas de avellanas que hacía para todos.
Elena la había encontrado, intacta, entre los escombros, y se la había guardado durante cincuenta y ocho años.

Eduardo Galeano.

" El vuelo de los años."

Cuando llega el otoño, millones y millones de mariposas inician su largo viaje hacia el sur, desde las tierras frías de la América del Norte.
Un río fluye, entonces, a lo largo del cielo: el suave oleaje, olas de alas, va dejando, a su paso, un esplendor de color naranja en las alturas. Las mariposas vuelan sobre montañas y praderas y playas y ciudades y desiertos.
Pesan poco más que el aire.
 Durante los cuatro mil kilómetros de travesía, unas cuantas caen volteadas por el cansancio, los vientos o las lluvias; pero las muchas que resisten aterrizan, por fin, en los bosques del centro de México.
Allí descubren ese reino jamás visto, que desde lejos las llamaba.
Para volar han nacido: para volar este vuelo.
 Después, regresan a casa. Y allá en el norte, mueren.
Al año siguiente, cuando llega el otoño, millones y millones de mariposas inician su largo viaje.

EDUARDO  GALEANO.

" Los emigrantes, ahora."

 

Desde siempre, las mariposas y las golondrinas y los flamencos vuelan huyendo del frío, año tras año, y nadan las ballenas en busca de otra mar y los salmones y las truchas en busca de sus ríos.
 Ellos viajan miles de leguas, por los libres caminos del aire y del agua.
No son libres, en cambio, los caminos del éxodo humano.
En inmensas caravanas, marchan los fugitivos de la vida imposible.
Viajan desde el sur hacia el norte y desde el sol naciente hacia el poniente.
Les han robado su lugar en el mundo.
 Han sido despojados de sus trabajos y sus tierras.
 Muchos huyen de las guerras, pero muchos más huyen de los salarios exterminados y de los suelos arrasados.
Los náufragos de la globalización peregrinan inventando caminos, queriendo casa, golpeando puertas: las puertas que se abren, mágicamente, al paso del dinero, se cierran en sus narices.
 Algunos consiguen colarse. 
Otros son cadáveres que la mar entrega a las orillas prohibidas, o cuerpos sin nombre que yacen bajo tierra en el otro mundo adonde querían llegar.
Sebastiao Salgado los ha fotografiado, en cuarenta países, durante varios años.
 De su largo trabajo, quedan trescientas imágenes.
 Y las trescientas imágenes de esta inmensa desventura humana caben, todas, en un segundo.
 Suma solamente un segundo toda la luz que ha entrado en la cámara, a lo largo de tantas fotografías: apenas una guiñada en los ojos del sol, no más que un instantito en la memoria del tiempo.

EDUARDO  GALEANO.