8.12.15

"La memoria porfiada".



¿La historia se repite?
 ¿O se repite sólo como penitencia de quienes son incapaces de escucharla?
 No hay historia muda.
 Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la mientan, la memoria humana se niega a callarse la boca. 
El tiempo que fue sigue latiendo, vivo, dentro del tiempo que es, aunque el tiempo que es no lo quiera o no lo sepa.
Los libros y las gentes achicharradas en las hogueras de la Santa Inquisición irradian una obstinada energía, energía de pluralidad y tolerancia, sobre los procesos de cambio .
 Las voces de la América precolombina, castigadas voces que hablan de la vida en comunidad y de la comunión con la naturaleza, resuenan muy nuevitas, abriendo brechas en los callejones sin salida de esta América actual.
 Los brasileños están redescubriendo el más despreciado capítulo de su historia, la resistencia del reino de Palmares, aquel santuario de libertad donde los esclavos negros fugitivos derrotaron a más de cuarenta embestidas militares a lo largo de un siglo, y en esa perdida memoria estén empezando a celebrar el más certero símbolo de dignidad nacional. Los argentinos empiezan a reconocer su mejor símbolo de salud mental en las madres de Plaza de Mayo, que habían sido llamadas locas cuando se negaron a olvidar, y en Guatemala el símbolo de otro país posible ya se llama Rigoberta Menchú, la mujer indígena que desde hace años encabeza el desafío contra la amnesia de los crímenes del terror de Estado.
Eduardo Galeano

"La memoria quemada".

En 1499, en Granada, el arzobispo Cisneros arrojó a las llamas los libros musulmanes, para reducir a cenizas ocho siglos de historia escrita de la cultura islámica en España.

En 1562, en Mani de Yucatán, fray Diego de Landa arrojó a las llamas los libros mayas, para reducir a cenizas ocho siglos de historia escrita de la cultura indígena en América.
En 1888, en Río de Janeiro, el emperador Pedro II arrojó a las llamas la documentación sobre la esclavitud en Brasil, para reducir a cenizas tres siglos y medio de historia escrita de la infamia negrera.
En 1983, en Buenos Aires, el general Reynaldo Bignone arrojó a las llamas la documentación sobre la guerra sucia de la dictadura militar argentina, para reducir a cenizas ocho años de historia escrita de la infamia carnicera.
En 1995, en la ciudad de Guatemala, el ejército arrojó a las llamas la documentación sobre la guerra sucia de la dictadura militar guatemalteca, para reducir a cenizas cuarenta años de historia escrita de la infamia carnicera.


EDUARDO GALEANO

"Memoria rota".


" La fortuna se ha hecho titiritera 
y tan pronto te muestra un país 
como lo oculta ."
(Abú Bakr b. Sárim, poeta de Sevilla, siglo XIII).

La cultura de consumo, que exige comprar, condena todo lo que vende al desuso inmediato: las cosas envejecen en un parpadeo, para ser reemplazadas por otras cosas de vida fugaz. El shopping center, templo donde se celebran las misas del consumo, es un buen símbolo de los mensajes dominantes en la época nuestra: existe fuera del tiempo y del espacio, sin edad y sin raíz, y no tiene memoria.
 Y la televisión es el vehículo donde esos mensajes se irradian de la manera más eficaz.

La tele nos acribilla con imágenes que nacen para ser olvidadas en el acto.

 Cada imagen sepulta a la imagen anterior y sólo sobrevive hasta la imagen siguiente.
 Los acontecimientos humanos, convertidos en objeto de consumo, mueren, como las cosas, en el instante en que son usados. 
Cada noticia está divorciada de su propio pasado y divorciada del pasado de las demás.
 En la era del zapping, no se sabe si cuanto más nos informamos, más conocemos o más ignoramos.

Los medios de comunicación y los centros de educación no suelen contribuir mucho, que digamos, a la integración de la realidad y su memoria. 

La cultura de consumo, cultura del desvinculo, nos adiestra para creer que las cosas ocurren porque sí.
 Incapaz de reconocer sus orígenes, el tiempo presente proyecta el futuro como su propia repetición, mañana es otro nombre de hoy: la organización desigual del mundo, que
 humilla a la condición humana, pertenece al orden eterno, y la injusticia es una fatalidad que estamos obligados a aceptar o aceptar.


El poder no admite más raíces que las que necesita para proporcionar coartadas a sus crímenes. La impunidad exige la desmemoria. Hay países y personas exitosas y hay países y personas fracasadas, porque la vida es un sistema de recompensas y castigos que premia a los eficientes y castiga a los inútiles.

 Para que las infamias puedan ser convertidas en hazañas, hay que romper la memoria: la memoria del norte se divorcia de la memoria del sur, la acumulación se desvincula del vaciamiento, la opulencia no tiene nada que ver con el despojo.
 La memoria rota nos hace creer que la riqueza es inocente de la pobreza y que la desgracia no paga, desde hace siglos o milenios, el precio de la gracia. 
Y nos hace creer que estamos condenados a la resignación.
EDUARDO GALEANO

7.12.15

"La memoria mutilada"



La memoria del poder no recuerda: bendice.
 Ella justifica la perpetuación del privilegio por derecho de herencia, otorga impunidad a los crímenes de los que mandan y proporciona coartadas a su discurso, que miente con admirable sinceridad.
La memoria de pocos se impone como memoria de todos.
 Pero este reflector, que ilumina las cumbres, deja la base en la oscuridad.
 Los que no son ricos, ni blancos, ni machos, ni militares, rara vez actúan en la historia oficial de América Latina: más bien integran la escenografía, como los extras de Hollywood. 
Son los invisibles de siempre, que en vano buscan sus caras en este espejo obligatorio.
 Ellos no están.
 La memoria del poder sólo escucha las voces que repiten la aburrida letanía de su propia sacralización.
 “Los que no tienen voz” son los que más voz tienen, pero llevan siglos obligados al silencio, y a veces da la impresión de que se han acostumbrado. 
El elitismo, el racismo, el machismo y el militarismo, que nos impiden ser, también nos impiden recordar.
 Se enaniza la memoria colectiva, mutilada de lo mejor de sí, y se pone al servicio de las ceremonias de autoelogio de los mandones que en el mundo son.
Eduardo Galeano