¿La historia se repite?
¿O se repite sólo como penitencia de quienes son incapaces de escucharla?
No hay historia muda.
Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la mientan, la memoria humana se niega a callarse la boca.
El tiempo que fue sigue latiendo, vivo, dentro del tiempo que es, aunque el tiempo que es no lo quiera o no lo sepa.
Los libros y las gentes achicharradas en las hogueras de la Santa Inquisición irradian una obstinada energía, energía de pluralidad y tolerancia, sobre los procesos de cambio .
Los libros y las gentes achicharradas en las hogueras de la Santa Inquisición irradian una obstinada energía, energía de pluralidad y tolerancia, sobre los procesos de cambio .
Las voces de la América precolombina, castigadas voces que hablan de la vida en comunidad y de la comunión con la naturaleza, resuenan muy nuevitas, abriendo brechas en los callejones sin salida de esta América actual.
Los brasileños están redescubriendo el más despreciado capítulo de su historia, la resistencia del reino de Palmares, aquel santuario de libertad donde los esclavos negros fugitivos derrotaron a más de cuarenta embestidas militares a lo largo de un siglo, y en esa perdida memoria estén empezando a celebrar el más certero símbolo de dignidad nacional. Los argentinos empiezan a reconocer su mejor símbolo de salud mental en las madres de Plaza de Mayo, que habían sido llamadas locas cuando se negaron a olvidar, y en Guatemala el símbolo de otro país posible ya se llama Rigoberta Menchú, la mujer indígena que desde hace años encabeza el desafío contra la amnesia de los crímenes del terror de Estado.
Eduardo Galeano