"Ante los estudiantes mexicanos, leí algunos relatos.
Uno de ellos, de mi libro Bocas del tiempo, contaba que el poeta español Federico García Lorca había sido fusilado y prohibido durante la larga dictadura de Franco, y que un grupo de teatreros del Uruguay había estrenado una obra suya en un teatro de Madrid, al cabo de tantos años de obligado silencio. Y al fin de la obra, esos teatreros no habían recibido los aplausos que esperaban: el público español había aplaudido con los pies, pateando el piso, y ellos habían quedado estupefactos. No entendían nada.
¿Tan mal habían actuado? Cuando me lo contaron, pensé que aquel trueno sobre la tierra podía haber sido para el autor, fusilado por rojo, por marica, por raro, una manera de decirle:
–Para que sepas, Federico, lo vivo que estás.
Y cuando lo conté, en la Universidad de México, me ocurrió lo que nunca había ocurrido en las otras ocasiones en que había contado esta historia: los estudiantes aplaudieron con los pies, patearon el piso con alma y vida, y así continuaron mi relato y continuaron lo que mi relato contaba, como si eso estuviera ocurriendo en un teatro de España, unos cuantos años antes.
Y ese segundo trueno sobre la tierra estaba también dirigido al poeta fusilado, y era también una manera de decirle: - Para que sepas, Federico, lo vivo que estás."