Quiero dedicar este premio a la memoria de Josep Sunyol, el presidente del Barça que en 1936 fue asesinado por los enemigos de la democracia.
Y también quiero rendir homenaje a los deportistas peregrinos, que un año después, en 1937, encarnaron la dignidad, malherida pero viva, de toda España. Me refiero a los jugadores del Barça, que en 1937 recorrieron los Estados Unidos y México, disputando partidos de fútbol en beneficio de la República, y a la selección de jugadores vascos, que hizo lo mismo en varios países europeos.
Por ellos me emociona recibir este premio, por ellos y también por los jugadores del Barça de nuestros días, dignos herederos del Barça de aquellos años: este premio que, por si todo eso fuera poco, lleva el nombre de mi entrañable amigo Manolo Vázquez Montalbán.
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Con él hemos compartido varias pasiones.
Futboleros los dos, y los dos zurdos, zurdos para pensar, creímos que la mejor manera de jugar por la izquierda consistía en reivindicar la libertad de quienes tienen el coraje de jugar por el placer de jugar en un mundo que manda jugar por el deber de ganar. Y en ese camino hemos intentado combatir los prejuicios de mucha gente de derechas, que cree que el pueblo piensa con los pies, y también los prejuicios de muchos compañeros de izquierdas, que creen que el fútbol tiene la culpa de que el pueblo no piense.
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También nos identificamos, Manolo y yo, en el placer de la ironía y la risa franca y todas las formas del humor, en nuestras maneras de decir lo que pensamos y lo que sentimos, en los artículos y en los libros y en las charlas de café. Porque no son dignos de confianza los solemnes caballeros, ni las damas ejemplares, que no son capaces de tomarse el pelo; y ni Manolo ni yo confundimos el aburrimiento con la seriedad, como también ocurre con otros colegas de ideas políticas parecidas a las nuestras.
Y conste que no hablo en tiempo presente por error ni por descuido, sino porque fuentes bien informadas me han asegurado que la muerte no es más que un chiste de mal gusto.
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Y otro espacio compartido, muy importante para los dos: la reivindicación de la buena comida como una celebración de la diversidad cultural.
Bien decía Antonio Machado que ahora cualquier necio confunde valor y precio, y aquel ahora del poeta es también nuestro ahora, porque lo mismo ocurre en nuestros días.
La mejor comida no es la más cara y bien lo ha dicho Manolo, que más bien ocurre que la comida más cara no es más que una trampa engañabobos.
Y yo también creo, como él, que el derecho a la autodeterminación de los pueblos incluye el derecho a la autodeterminación de la barriga. Y es más que nunca necesario defender ese derecho, más que nunca, en estos tiempos de obligatoria macdonaldización del mundo, cada vez más desigual en las oportunidades que brinda y cada vez más igualador en las costumbres que impone.
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Y hasta aquí llegué. Porque yo sé que cuando bebo demasiado corro el grave riesgo de decir estupideces, y yo quise alzar estas palabras como si fueran copas de vino, un buen vino tinto de por acá, para brindar con Manolo y por Manolo: una manera de beber
por la dignidad humana y por la solidaridad,
por el placer de jugar y la alegría de ver jugar cuando se juega limpiamente,
por la alegría de estar juntos y por el pan y el vino compartidos,
por los soles que cada noche esconde
y por todas las pasiones, a veces dolorosas, que dan rumbo y sentido al viaje humano, al humano andar,
al vent del món.
EDUARDO GALEANO.
* Palabras del escritor uruguayo al recibir el Premio Internacional de Periodismo Manuel Vázquez Montalbán, otorgado por la Fundación Fútbol Club Barcelona .
Artículo publicado en Página/12 el 25 de mayo de 2011