10.11.22

"Celebración de la fantasía."

 

Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca de Cuzco. 
Yo me había despedido de un grupo de turistas y estaba solo, 
mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar,
 enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. 
No podía darle la lapicera que tenía, porque la estaba usando en no sé qué aburridas
 anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.
Súbitamente, se corrió la voz.
 De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños
 que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas
 de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor 
y quien una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas
 y no faltaban los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba más
 de un metro del suelo me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:
-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo.
-Y ¿anda bien? -le pregunté.
-Atrasa un poco -reconoció.

EDUARDO GALEANO.
De : "El libro de los abrazos ."

" Crónica de la ciudad de Quito."

 

En las manifestaciones de izquierda, desfila a la cabeza. Suele asistir a los actos culturales, aunque lo aburren, porque sabe que después hay farra. Le gusta el ron, sin hielo ni agua, pero que sea cubano.

Respeta los semáforos. Camina Quito de punta a punta, al derecho y al revés, recorriendo amigos y enemigos.

En las subidas, prefiere el ómnibus, y se cuela sin pagar boleto. Algunos choferes le tiran la bronca: cuando se baja, le gritan tuerto de mierda.

Se llama Choco y es buscabronca y enamorado. Pelea hasta con cuatro a la vez; y en las noches de luna llena, se escapa a buscar novias. 

Después cuenta, alborotado, las locas aventuras que viene de vivir.

 Mishy no le entiende los detalles, aunque le capta el sentido general.

Una vez, hace años, se lo llevaron muy fuera de Quito. 

La comida no alcanzaba, y resolvieron dejarlo en el lejano pueblo donde había nacido.

 Pero volvió. Al mes, volvió.

 Llegó a la puerta de su casa y se quedó ahí tirado, sin fuerza para celebrarlo moviendo el rabo, ni para anunciarlo ladrando.

 Había andado por muchas montañas y avenidas y llegó en las últimas, hecho una piltrafa, los huesos a la vista, el pellejo sucio de sangre seca. Desde entonces odia los sombreros, los uniformes y las motocicletas.

EDUARDO GALEANO.