Dentro de la difícil y confusa época que nos toca vivir, con el triunfo de la inmoralidad en el poder y un manejo tortuoso y vergonzante de la ética en Cámaras de Representantes y en la mayoría de los medios, sobresalen de pronto hechos de coraje civil que nos dignifican y nos hacen admirar a esos argentinos que se juegan el todo por el todo para seguir manteniendo los valores ciertos de la humanidad. Por ejemplo, la escuela de enseñanza media de Morón Sur que en un acto memorable inauguró su auditorium con el nombre de “Compañeros Detenidos Desaparecidos” y un fresco de Carlos Terribili, que nos habla de esa juventud a quien la historia posterior de crímenes y robos oficiales les dieron razón a su búsqueda. Y la Universidad del Comahue, que acaba de dar el título de Doctor Honoris Causa a un intelectual latinoamericano que jamás dio un paso atrás en su denuncia de sistemas económicos y políticos que han hundido en la miseria y en la humillación a nuestro continente: Eduardo Galeano.
Me gustaría hoy hablar sobre Galeano, para que aprendamos de su constante lucha.
A Eduardo Galeano lo conocí –a principios de los setenta– en la redacción de Crisis. Esa redacción era un verdadero taller de planes, de revoluciones, de fantasías, de desafíos.
Galeano parecía un obrero mecánico que procuraba poner en movimiento la locomotora de todo eso, con responsabilidad e imaginación. No voy a olvidar ese día porque también conocí en esa ocasión a Haroldo Conti, con su cara de capitán de remolcador y sus relatos del Delta. Pero ya las bestias uniformadas estaban detrás de él y lloramos desconsolados cuando supimos de su secuestro y, más tarde, de sus torturas y de su muerte. Qué bestias esas bestias de uniforme, las tuvimos y las tenemos aún, muchas de ellas representándonos en la democracia.
Haroldo, sus paisajes, sus personajes, sus decires; un escritor abierto de las llanuras y de las aguas. Muerto por ratas premiadas con leyes y decretos de los denominados representantes del pueblo.
Galeano, oriental. La interminable batalla, siempre formando la partida de los que están para abrir las brechas cerradas por el egoísmo y la explotación.
Ciudadano del mundo que golpea fuerte en la mesa de los derechos de los pueblos. Galeano, paisano e intelectual, con el lenguaje de los que no se van a dejar engañar nunca.
El pan, la tierra, las uvas, para los que trabajan desde siglos. Galeano, Eduardo, desnudador de las grandes mentiras, de los explotadores, de los falsificadores de los diez mandamientos.
¿Cómo ha hecho para hacer lo que hizo toda su vida? Solo, contra el Estado, sus informados, sus burócratas, sus envidiosos.
La segunda vez lo vi en Alemania, ya en el exilio; él llegaba desde Barcelona. Llevaba en la mano Las venas abiertas de América Latina. Evangelio latinoamericano. Le dije que ese libro había cambiado radicalmente en Europa el pensamiento que se tenía sobre América latina. Que a él le debíamos que, de pronto, los exiliados que luchábamos por nuestra gente tuviéramos detrás a una juventud europea que se interesaba emocionada por ese lejano continente entre la maravilla y la sangre.
Me autorizó a hacer la versión radiofónica de “Las venas abiertas”, con diálogos y meditaciones.
Fue un éxito, transmitida por casi todas las radios de derecho público. Los casetes en alemán sirvieron para la enseñanza de la historia y de la materia Derechos de los Pueblos.
Cuando terminé el trabajo me di cuenta de que este poeta “vagamundo” era tan grande analista e intérprete como Alexander von Humboldt. Sí, no exagero, ni me dejo llevar por el entusiasmo. Sin ninguna duda von Humboldt fue el verdadero descubridor de América latina; el descubridor en todos los aspectos del realismo mágico que rodea a la gente, el paisaje, la historia, los sueños de este continente herido. Galeano vaga y describe, y más que todo, descubre. Se sorprende y no puede menos que ofrecérnoslo en la letra. En un idioma claro, sencillo, pero nada antiacadémico. Precisamente es eso, es el verdadero académico, que describe lo descubierto con el idioma de algún viejo maestro sabio que habita en algún rancho debajo de dos palmeras o un ombú.
Me imagino que el vagamundo autóctono es visitado por el gringo von Humboldt y quedan conversando horas sobre la maravilla y sobre lo increíble.
Comparemos y no nos sorprenderemos: el idioma, la curiosidad, el talento en descubrir lo que encontramos en las crónicas del berlinés los volvemos a hallar, actualizados, en Galeano.
Claro, a von Humboldt le faltan los personajes de la epopeya, aquel llamado Emiliano Zapata; y el otro, más al sur pero tan inverosímil como aquél: Sandino, el general de hombres libres con su pequeño ejército loco.
O aquel otro, todavía no captado, muerto en tierra boliviana. Magia pura, casi sin realismo.
Galeano recorre y dice la verdad, no es necesario exagerar en territorio de guanacos y tucanes.
Por ejemplo, ahora, piqueteros y música de cacerolas.
Qué conflicto para el gringo von Humboldt si viviera hoy y mandara tal crónica a Europa.
Galeano no da ni un paso atrás. Dice al aire, a nosotros, los intelectuales: “Decídase, señor escritor, y una vez, al menos, sea usted la flor que huele en vez de ser el cronista del aroma. Poca gracia tiene escribir lo que se vive. El desafío está en vivir lo que se escribe”.
El que vive lo que escribe es el verdadero académico, el verdadero científico, el filósofo. Y completa su sana sabiduría agregando: “Pienso que todo esto lleva a valorar el sentido que tiene la aventura de escribir, devolverles a las palabras el sentido que han perdido, manipuladas como están por un sistema que las usa para negarlas. Hay una lección que el mundo ignora y que nos han dado los guaraníes a todos, a la hora en que crearon su lenguaje.
En el idioma guaraní, palabra y alma se dicen igual.
Y en este sistema desalmado la palabra ha estado y sigue manipulada con propósitos comerciales o de engaño político.
Su uso y abuso traiciona al alma”.
El sistema nos condena a la soledad. Nos ha destrozado nuestros instrumentos de música, nos quiere cortar las piernas para que no podamos bailar.
Pero nuestro Doctor Honoris Causa en resistencias y libertades se nos ha puesto firme, bellamente firme y nos arrebata con estas palabras: “O sea, si el sueño no nos permitiera anticipar un mundo diferente, si la fantasía no hiciera posible esta capacidad un poco milagrosa más allá de la infamia, ¿qué podríamos creer? ¿qué podríamos esperar? ¿qué podríamos amar? Porque en el fondo, uno ama al mundo a partir de la certeza que este mundo, triste mundo convertido en campo de concentración, contiene otro mundo posible. O sea, que el horror está embarazado de maravilla”.
Estoy de nuevo en la redacción de Crisis. Lo veo entrar al sonriente Haroldo Conti. Quiero invitarlo a caminar. Pero Haroldo se me va, se me pierde en las brumas del Delta.
Al entregarle el diploma a Galeano, en Neuquén, le digo: “Gracias Eduardo, por tus luchas, gracias por volver a pintar siempre el horizonte de la tierra latinoamericana”.
Artículo publicado en Página /12 el 30 de marzo de 2002.