Foto Sebastiao Salgado
Niños esclavos de un mundo Globalizado
Ellos, y ellas, son la mano de obra gratuita de los talleres, las tiendas y
las cantinas caseras, o son la mano de obra a precio de ganga de las
industrias de exportación que fabrican ropa deportiva para las
grandes empresas multinacionales. Trabajan en las faenas agrícolas
o en los trajines urbanos, o trabajan en su casa, al servicio de quien
allá mande. Son esclavitos o esclavitas de la economía familiar o del
sector informal de la economía globalizada, donde ocupan el escalón
más bajo de la población activa al servicio del mercado mundial:
en los basurales de la ciudad de México, Manila o Lagos, juntan
vidrios, latas y papeles, y disputan los restos de comida con los
buitres;
se sumergen en el mar de Java, buscando perlas;
persiguen diamantes en las minas del Congo;
son topos en las galerías de las minas del Perú, imprescindibles
por su corta estatura y cuando sus pulmones no dan más, van a parar
a los cementerios clandestinos;
cosechan café en Colombia y en Tanzania, y se envenenan con los
pesticidas; se envenenan con los pesticidas en las plantaciones de algodón de
Guatemala y en las bananeras de Honduras;
en Malasia recogen la leche de los árboles del caucho, en jornadas
de trabajo que se extienden de estrella a estrella;
tienden vías de ferrocarril en Birmania;
al norte de la India se derriten en los hornos de vidrio, y al sur en
los hornos de ladrillos;
en Bangladesh, desempeñan más de trescientas ocupaciones
diferentes, con salarios que oscilan entre la nada y la casi nada por
cada día de nunca acabar;
corren carreras de camellos para los emires árabes y son jinetes
pastores en las estancias del río de la Plata;
en Port-au-Prince, Colombo, Jakarta o Recife sirven la mesa del
amo, a cambio del derecho de comer lo que de la mesa cae;
venden fruta en los mercados de Bogotá y venden chicles en los
autobuses de San Pablo;
limpian parabrisas en las esquinas de Lima, Quito o San
Salvador; lustran zapatos en las calles de Caracas o Guanajuato;
cosen ropa en Tailandia y cosen zapatos de fútbol en Vietnam;
cosen pelotas de fútbol en Pakistán y pelotas de béisbol en
Honduras y Haití;
Para pagar las deudas de sus padres, recogen té o tabaco en las
plantaciones de Sri Lanka y cosechan jazmines en Egipto, con
destino a la perfumería francesa;
alquilados por sus padres, tejen alfombras en Irán, Nepal y en la
India, desde antes del amanecer hasta pasada la medianoche, y
cuando alguien llega a rescatarlos, preguntan: «¿Es usted mi nuevo
amo?»;
vendidos a cien dólares por sus padres, se ofrecen en Sudán para
labores sexuales o todo trabajo.
Por la fuerza reclutan niños los ejércitos, en algunos lugares de
África, Medio Oriente y América Latina. En las guerras, los
soldaditos trabajan matando, y sobre todo trabajan muriendo; ellos
suman la mitad de las víctimas en las guerras africanas recientes.