Rosa fue torturada, bajo control de un médico que mandaba parar, y violada, y fusilada con balas de fogueo.
Pasó ocho años presa, sin proceso ni explicaciones, hasta que el año pasado la expulsaron de Argentina.
Ahora, en el aeropuerto de Lima, espera.
Por encima de los Andes, su hija Tamara viene volando hacia ella.
Tamara viaja acompañada por dos de las abuelas que la encontraron. Devora todo lo que le sirven en el avión, sin dejar una miga de pan ni un grano de azúcar.
En Lima, Rosa y Tamara se descubren.
Se miran al espejo, juntas, y son idénticas: los mismos ojos, la misma boca, los mismos lunares en los mismos sitios.
Cuando llega la noche, baña a su hija.
Al acostarla, le siente un olor lechoso, dulzón; y vuelve a bañarla. Y otra vez.
Y por más jabón que le mete, no hay manera de quitarle ese olor.
Es un olor raro… Y de pronto, Rosa recuerda.
Es el olor de los bebitos cuando acaban de mamar...
Tamara tiene diez años y esta noche huele a recién nacida.
Eduardo Galeano