"Rosario, dinamitera,
puedes ser varón y eres
la nata de las mujeres,
la espuma de la trinchera.
Digna como una bandera
de triunfos y resplandores,
dinamiteros pastores,
vedla agitando su aliento
y dad las bombas al viento
del alma de los traidores."
Miguel Hernández.
Verano de 1936:
Rosario Sánchez Mora marcha al
frente.
Ella está en clase de Corte y Confección cuando unos milicianos vienen a
buscar voluntarias. Arroja al suelo las costurerías y de un salto trepa al camión,
con sus diecisiete años recién cumplidos, su falda de volados recién estrenada y
un mosquetón de siete kilos que carga, como un bebé, entre los brazos.
En el frente, se hace dinamitera. Y en alguna batalla, cuando enciende la
mecha de una bomba casera, un envase de leche condensada relleno de clavos,
la bomba estalla antes de ser arrojada. Ella pierde la mano pero no la vida,
gracias a que un compañero le ata un torniquete con las cintas de sus
alpargatas.
Después, Rosario quiere seguir en las trincheras, pero no la dejan. Las
milicias republicanas necesitan convertirse en ejército.
Tras mucho discutir consigue que al menos la dejen
repartir cartas, con grado de sargenta, en las trincheras.
Al fin de la guerra, sus vecinos del pueblo le hacen el favor de denunciarla
a las autoridades, que la condenan a muerte.
Antes de cada amanecer, espera el fusilamiento.
Pasa el tiempo.
No la fusilan.
Años después, cuando sale de la cárcel, vende cigarrillos en
Madrid, en los alrededores de la diosa Cibeles.
Eduardo Galeano