"Creo que nos dejó unas cuantas herencias importantes, todas referidas a la valentía, al coraje y la dignidad. (...) Nos enseñó que el lenguaje es sagrado, que la palabra humana puede ser sagrada y que a ella nos debemos; y por eso hay que ser muy cuidadoso en lo que se dice para no romper la difícil identidad que se logra en algunos casos excepcionales entre lo que se dice y lo que se hace", manifiesta.
El intelectual uruguayo expresa que "estamos acostumbrados a divorciar las palabras de los actos, que rara vez se juntan, y cuando se encuentran las palabras y los hechos ni siquiera se saludan porque no se conocen".
Explica que en el caso de Allende hubo una identidad perfecta entre lo que decía y lo que hacía, "y esa fue su mejor herencia, esa recuperación de la dignidad del lenguaje".
El literato trae a colación una frase del Líder chileno, a la que denomina autoprofética: "Vale la pena morir por todo aquello sin lo cual no vale la pena vivir"; e indica que este pensamiento define muy bien la calidad humana de un hombre excepcional que "restituyó a la democracia el prestigio de las palabras secuestradas por los políticos mentirosos que han arruinado el lenguaje de tanto mentir".
"En la sierra mexicana de Nayarit, había una comunidad que no tenía nombre.
Desde hacía siglos, esa comunidad de indios huicholes andaba buscando uno.
Carlos González, uno de ellos lo encontró de pura casualidad.
Este indio huichol había ido a la ciudad de Tepic para comprar semillas y visitar parientes.
Al atravesar un basural, recogió un libro tirado entre los desperdicios.
Sentado a la sombra de un alero, empezó a descifrar páginas.
El libro hablaba de un país de nombre raro, que Carlos no sabía ubicar, pero que debía estar bien lejos de México, y contaba una historia de hacía pocos años.
En el camino de regreso, caminando sierra arriba, Carlos siguió leyendo.
No podía desprenderse de esta historia de horror y de bravura.
El personaje central del libro era un hombre que había sabido cumplir su palabra.
Al llegar a la aldea, Carlos anunció, eufórico:- ¡Por fin tenemos nombre!
Y leyó el libro, en voz alta, para todos.
La tropezada lectura le ocupó casi una semana.
Después, las ciento cincuenta familias votaron.
Todas por sí.
Con bailares y cantares se selló el bautizo.
Ahora tienen como llamarse.
Esta comunidad lleva el nombre de un hombre digno que no dudó a la hora de elegir entre la traición y la muerte.
"Voy para Salvador Allende", dicen ahora los caminantes."