18.2.22

Oscar Niemeyer . Cazador de nubes.

"No me siento atraído por la ángulo y la línea recta e inflexible creada por el hombre. Me atraen más las curvas sensuales que fluyen libremente.
 Las que encuentro en las montañas de mi país, en sus sinuosos ríos, en las olas del océano y en el cuerpo de la mujer amada.
 Las curvas forman el universo entero, el universo curvo de Einstein".

Oscar Niemeyer


 Oscar Niemeyer entró en el año 2007 con cien años de edad y ocho nuevas obras en ejecución.

El arquitecto más activo de todos no se cansaba de transformar, proyecto tras proyecto, el paisaje del mundo.

Sus viejos ojos no subían al alto cielo, que nos humilla, pero estaban siempre nuevos para quedarse, gustosos, contemplando la navegación de las nubes, que eran su fuente de inspiración para las próximas creaciones.

Allá, en el nuberío, él descubría catedrales, jardines de flores increíbles, monstruos, caballos al galope, aves de muchas alas, mares que estallaban, espumas que volaban y mujeres que ondulaban y en el viento se ofrecían y en el viento se iban.

Cada vez que los médicos lo internaban en el hospital, creyendo que ya le había llegado la hora, Oscar mataba el aburrimiento componiendo sambas, que cantaba junto con los enfermeros.

Y así este cazador de nubes, este perseguidor de la belleza fugitiva, dejó atrás su primer siglo de vida, y siguió de largo.

EDUARDO  GALEANO

17.2.22

Las flores

„Hoy es muy difícil no ser canalla. 
Todas las presiones trabajan
 para nuestro envilecimiento personal y colectivo.“ 

  Nelson Rodrígues


El escritor brasileño Nelson Rodrigues estaba condenado a la Soledad. Tenía cara de sapo y lengua de serpiente, y a su prestigio de feo y fama de venenoso sumaba la notoriedad de su contagiosa mala suerte: la gente de su alrededor moría por bala, miseria o desdicha fatal.

Un día, Nelson conoció a Eleonora.

 Ese día, el día del descubrimiento, cuando por primera vez vio a esa mujer, una violenta alegría lo atropelló y lo dejó bobo. Entonces quiso decir alguna de sus frases brillantes, pero se le aflojaron las piernas y se le enredó la lengua y no pudo más que tartamudear ruiditos.

La bombardeó con flores. Le enviaba flores a su apartamento, en lo más alto de un alto edificio de Río de Janeiro. Cada día le enviaba un gran ramo de flores, flores siempre diferentes, sin repetir jamás los colores ni los aromas, y abajo esperaba: desde abajo veía el balcón de Eleonora y desde el balcón ella arrojaba las flores a la calle, cada día, y los automóviles las aplastaban.

Y así fue durante cincuenta días. Hasta que un día, un mediodía, las flores que Nelson envió no cayeron a la calle y no fueron pisoteadas por los automóviles.

Ese mediodía él subió hasta el piso último, tocó el timbre y la puerta se abrió.

EDUARDO  GALEANO.

De:" El libro de los abrazos."