7.3.19

Olympia de Gouges.

"Hombre, ¿eres capaz de ser justo? 
Una mujer te hace esta pregunta,
 al menos no le quitarás ese derecho.
 Dime, ¿quién te ha dado el soberano poder de oprimir a mi sexo?". 
Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, 1791.
Son femeninos los símbolos de la revolución francesa, mujeres de mármol o bronce, poderosas tetas desnudas, gorros frigios, banderas al viento.
Pero la revolución proclamó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y cuando la militante revolucionaria Olympia de Gouges propuso la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, marchó presa, el Tribunal Revolucionario la sentenció y la guillotina le cortó la cabeza.
Al pie del cadalso, Olympia preguntó:
-Si las mujeres estamos capacitadas para subir a la guillotina, ¿por qué no podemos subir a las tribunas públicas?

No podían. No podían hablar, no podían votar. La Convención, el Parlamento Revolucionario, había clausurado todas las asociaciones políticas femeninas y había prohibido que las mujeres discutieran con los hombres en pie de igualdad.
Las compañeras de la lucha de Olympia de Gouges fueron encerradas en el manicomio.
 Y poco después de su ejecución, fue el turno de Manon Roland. 
Manon era la esposa del ministro del Interior, pero ni eso la salvó.
 La condenaron por “su antinatural tendencia a la actividad política”. 
Ella había traicionado su naturaleza femenina, hecha para cuidar el hogar y parir hijos valientes, y había cometido la mortal insolencia de meter la nariz en los masculinos asuntos de estado.
Y la guillotina volvió a caer.

EDUARDO  GALEANO.

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