" La fortuna se ha hecho titiritera
y tan pronto te muestra un país
como lo oculta ."
(Abú Bakr b. Sárim, poeta de Sevilla, siglo XIII).
La cultura de consumo, que exige comprar, condena todo lo que vende al desuso inmediato: las cosas envejecen en un parpadeo, para ser reemplazadas por otras cosas de vida fugaz. El shopping center, templo donde se celebran las misas del consumo, es un buen símbolo de los mensajes dominantes en la época nuestra: existe fuera del tiempo y del espacio, sin edad y sin raíz, y no tiene memoria.
Y la televisión es el vehículo donde esos mensajes se irradian de la manera más eficaz.
La tele nos acribilla con imágenes que nacen para ser olvidadas en el acto.
Cada imagen sepulta a la imagen anterior y sólo sobrevive hasta la imagen siguiente.
Los acontecimientos humanos, convertidos en objeto de consumo, mueren, como las cosas, en el instante en que son usados.
Cada noticia está divorciada de su propio pasado y divorciada del pasado de las demás.
En la era del zapping, no se sabe si cuanto más nos informamos, más conocemos o más ignoramos.
Los medios de comunicación y los centros de educación no suelen contribuir mucho, que digamos, a la integración de la realidad y su memoria.
La cultura de consumo, cultura del desvinculo, nos adiestra para creer que las cosas ocurren porque sí.
Incapaz de reconocer sus orígenes, el tiempo presente proyecta el futuro como su propia repetición, mañana es otro nombre de hoy: la organización desigual del mundo, que
humilla a la condición humana, pertenece al orden eterno, y la injusticia es una fatalidad que estamos obligados a aceptar o aceptar.
El poder no admite más raíces que las que necesita para proporcionar coartadas a sus crímenes. La impunidad exige la desmemoria. Hay países y personas exitosas y hay países y personas fracasadas, porque la vida es un sistema de recompensas y castigos que premia a los eficientes y castiga a los inútiles.
Para que las infamias puedan ser convertidas en hazañas, hay que romper la memoria: la memoria del norte se divorcia de la memoria del sur, la acumulación se desvincula del vaciamiento, la opulencia no tiene nada que ver con el despojo.
La memoria rota nos hace creer que la riqueza es inocente de la pobreza y que la desgracia no paga, desde hace siglos o milenios, el precio de la gracia.
Y nos hace creer que estamos condenados a la resignación.
EDUARDO GALEANO