" Cuando el Estado se hace dueño
de la principal riqueza de un país,
corresponde preguntarse
quién es el dueño del Estado."
EDUARDO GALEANO.
" Cuando el Estado se hace dueño
de la principal riqueza de un país,
corresponde preguntarse
quién es el dueño del Estado."
EDUARDO GALEANO.
“Libres son quienes piensan, no quienes obedecen.
Enseñar, es enseñar a dudar”
EDUARDO GALEANO.
"El desprecio traiciona la historia y mutila al mundo.
Los poderosos fabricantes de opinión nos tratan como si no existiéramos
o como si, fuéramos sombras bobas.
La herencia colonial obliga al Tercer Mundo, habitado por gentes de tercera,
a que acepte como propia la memoria de sus vencedores
y a que compre la mentira ajena para usarla
como si fuera la propia verdad.
Nos premian la obediencia, nos castigan la inteligencia
y nos desalientan la energía creadora.
Somos opinados, pero no podemos ser opinadores.
Tenemos derecho al eco, pero no tenemos derecho a la voz.
Y los que mandan elogian nuestro talento de papagayos.
Nosotros decimos no, nos negamos a aceptar esta mediocridad como destino."
EDUARDO GALEANO.
De: " Nosotros decimos no".
" La máquina te amaestra para el egoísmo y la mentira.
La solidaridad es un delito.
Para salvarte, enseña la máquina, tenés que hacerte hipócrita y jodedor .
La máquina, estéril, odia todo lo que crece y se mueve.
Sólo es capaz de multiplicar las cárceles y los cementerios.
No puede producir otra cosa que presos y cadáveres,
espías y policías, mendigos y desterrados”.
EDUARDO GALEANO.
De: "Días y noches de amor y de guerra."
" Ojalá podamos ser desobedientes, cada vez que recibimos órdenes
que humillan nuestra conciencia
o violan nuestro sentido común."
EDUARDO GALEANO.
" En tiempos oscuros, tengamos el talento suficiente para aprender a volar en la noche como murciélagos.
En tiempos oscuros, seamos lo suficientemente sanos,
como para vomitar las mentiras que nos obligan a tragar cada día. "
Galeano
“Los derechos humanos y los derechos de la naturaleza son dos nombres de la misma dignidad”
Lamentablemente, no podré estar con ustedes. Se me atravesó un palo en la rueda, que me impide viajar.
Pero quiero acompañar de alguna manera esta reunión de ustedes, esta reunión de los míos, ya que no tengo más remedio que hacer lo poquito que puedo y no lo muchito que quiero.
Y por estar sin estar estando, al menos les envío estas palabras.
Quiero decirles que ojalá se pueda hacer todo lo posible, y lo imposible también, para que la Cumbre de la Madre Tierra sea la primera etapa hacia la expresión colectiva de los pueblos que no dirigen la política mundial, pero la padecen.
Ojalá seamos capaces de llevar adelante estas dos iniciativas del compañero Evo, el Tribunal de la Justicia Climática y el Referéndum Mundial contra un sistema de poder fundado en la guerra y el derroche, que desprecia la vida humana y pone bandera de remate a nuestros bienes terrenales.
Ojalá seamos capaces de hablar poco y hacer mucho. Graves daños nos ha hecho, y nos sigue haciendo, la inflación palabraría, que en América latina es más nociva que la inflación monetaria. Y también, y sobre todo, estamos hartos de la hipocresía de los países ricos, que nos están dejando sin planeta mientras pronuncian pomposos discursos para disimular el secuestro.
Hay quienes dicen que la hipocresía es el impuesto que el vicio paga a la virtud. Otros dicen que la hipocresía es la única prueba de la existencia del infinito. Y el discurserío de la llamada “comunidad internacional”, ese club de banqueros y guerreros, prueba que las dos definiciones son correctas.
Yo quiero celebrar, en cambio, la fuerza de verdad que irradian las palabras y los silencios que nacen de la comunión humana con la naturaleza. Y no es por casualidad que esta Cumbre de la Madre Tierra se realiza en Bolivia, esta nación de naciones que se está redescubriendo a sí misma al cabo de dos siglos de vida mentida.
Bolivia acaba de celebrar los diez años de la victoria popular en la guerra del agua, cuando el pueblo de Cochabamba fue capaz de derrotar a una todopoderosa empresa de California, dueña del agua por obra y gracia de un gobierno que decía ser boliviano y era muy generoso con lo ajeno.
Esa guerra del agua fue una de las batallas que esta tierra sigue librando en defensa de sus recursos naturales, o sea: en defensa de su identidad con la naturaleza. Hay voces del pasado que hablan al futuro.
Bolivia es una de las naciones americanas donde las culturas indígenas han sabido sobrevivir, y esas voces resuenan ahora con más fuerza que nunca, a pesar del largo tiempo de la persecución y del desprecio.
El mundo entero, aturdido como está, deambulando como ciego en tiroteo, tendría que escuchar esas voces. Ellas nos enseñan que nosotros, los humanitos, somos parte de la naturaleza, parientes de todos los que tienen piernas, patas, alas o raíces. La conquista europea condenó por idolatría a los indígenas que vivían esa comunión, y por creer en ella fueron azotados, degollados o quemados vivos.
Desde aquellos tiempos del Renacimiento europeo, la naturaleza se convirtió en mercancía o en obstáculo del progreso humano. Y hasta hoy, ese divorcio entre nosotros y ella ha persistido, a tal punto que todavía hay gente de buena voluntad que se conmueve por la pobre naturaleza, tan maltratada, tan lastimada, pero viéndola desde afuera.
Las culturas indígenas la ven desde adentro. Viéndola, me veo. Lo que contra ella hago, está hecho contra mí. En ella me encuentro, mis piernas son también el camino que las anda.
Celebremos, pues, esta Cumbre de la Madre Tierra. Y ojalá los sordos escuchen: los derechos humanos y los derechos de la naturaleza son dos nombres de la misma dignidad.
Vuelan abrazos, desde Montevideo.
" Ocurrió en La Sebastiana, otra casa de Neruda, recostada en la montaña,
sobre la bahía de Valparaíso.
La casa estaba cerrada a cal y canto, con tranca y candado y bajo siete llaves
, habitada por nadie, desde hacía mucho tiempo.
Ya los militares habían usurpado el poder, ya había corrido la sangre por las calles,
ya Neruda había muerto de cáncer o de pena.
Entonces unos ruidos raros, en el interior de la casa clausurada,
llamaron la atención de los vecinos.
Alguien se asomó por la ventana, y vio los ojos brillantes y las garras
en ataque de un águila inexplicable.
El águila no podía estar allí, no podía haber entrado,
no tenía por dónde,
pero adentro estaba: y adentro daba violentos aletazos."
EDUARDO GALEANO.
“Vi nieve por primera vez con Allende. Y me pareció deslumbrante por su suavidad…yo no sabía que la nieve era tan suave, era algo que acariciaba el aire, que acariciaba la noche, me quedé como embelesado, hipnotizado, lo cual nos dio pretexto para tomarnos un segundo whisky con Salvador.
Después de esa misión periodística, se nos convirtió en costumbre visitarnos…La primera vez que volví después de su muerte dije en un acto público, lo que cayó muy mal, que me dolía muchísimo que una avenida muy importante de Santiago de Chile se llamara 11 de septiembre en homenaje a un Golpe criminal que había asesinado al demócrata más digno de todos los tiempos de América Latina. Porque nadie ejerció la democracia tan a fondo como él.
Allende fue un símbolo de democracia para todos, y que me sorprendía que Chile no lo valorizara, porque esa avenida llamada así es una ofensa, como escupirle en el cadáver…no recuerdo en qué acto fue que cayó horrible, pero yo lo decía como amigo, porque fue mi amigo”.
EDUARDO GALEANO.
- Reportaje -
Henry David Thoreau
" En los hechos, no son pocos los que siguen sin derechos, pero al menos se reconoce, ahora, el derecho de tenerlos; y eso es bastante más que un gesto de caridad de los amos del mundo para consuelo de sus siervos.
" En el altiplano andino, mama es la Virgen y mama son la tierra y el tiempo.
Se enoja la tierra, la madre tierra, la Pachamama, si alguien bebe sin convidarla.
Cuando ella tiene mucha sed, rompe la vasija y la derrama.
A ella se ofrece la placenta del recién nacido,
enterrándola entre las flores, para que viva el niño;
y para que viva el amor, los amantes entierran cabellos anudados.
La diosa tierra recoge en sus brazos a los cansados
y a los rotos, que de ella han brotado, y se abre para darles refugio al fin del viaje.
Desde abajo de la tierra, los muertos la florecen."
EDUARDO GALEANO.
" El automóvil, el televisor, el vídeo, la computadora personal,
el teléfono celular y demás contraseñas de la felicidad,
máquinas nacidas para «ganar tiempo» o para «pasar el tiempo»,
se apoderan del tiempo."
EDUARDO GALEANO.
Dicen los guaraníes: “La tierra es nuestra madre, es nuestra vida y es nuestra libertad”.
También las comunidades collas expresan un sentimiento
que se resume en la siguiente frase:
“En nuestra mente, en nuestros labios y en nuestro corazón está nuestra Pachamama”.
Pero “la tierra no nos pertenece, sino que nosotros pertenecemos a ella porque somos sus hijos”, decía un anciano de la tribu Seattle, de Norteamérica.
“- ¿Tiene dueño la tierra? ¿Cómo así?
-¿Cómo se ha de vender? ¿Cómo se ha de comprar?
Si ella no nos pertenece, pues.
Nosotros somos de ella. Sus hijos somos.
Así siempre, siempre. Tierra viva.
Como cría a los gusanos, así nos cría.
Tiene huesos y sangre.
Leche tiene, y nos da de mamar.
Pelo tiene, pasto, paja, árboles.
Ella sabe parir papas. Hace nacer casas. Gente hace nacer.
Ella nos cuida y nosotros la cuidamos.
Ella bebe chicha, acepta nuestro convite.
Hijos suyos somos.
¿Cómo se ha de vender? ¿Cómo se ha de comprar?”
EDUARDO GALEANO.
" El Sur aprende geografía en mapamundis
que lo reducen a la mitad de su tamaño real.
Los mapamundis del futuro, ¿lo borrarán del todo?
Hasta ahora, América Latina era la tierra del futuro.
Cobarde consuelo; pero algo era.
Ahora nos dicen que el futuro es el presente."
(1990)
EDUARDO GALEANO.
"Dudo que toda la filosofía de este mundo consiga suprimir la esclavitud;
a lo sumo le cambiarán el nombre."
Marguerite Yourcenar.
Y me cuenta que cuando vivía en Buenos Aires, en los tiempos del terror,
él llevaba cinco llaves ajenas en su llavero: cinco llaves,
de cinco casas, de cinco amigos: las llaves que lo salvaron. "
E. Galeano.
Fue en agosto de 1973 que por primera vez escuché la voz tierna e inolvidable de Eduardo Galeano.
Sonó el teléfono en nuestra casa en Santiago, un ruido que no era usual porque recién Angélica y yo habíamos logrado agenciarnos una línea y casi nadie tenía nuestro número. Y menos usual aún porque la llamada venía del extranjero, de Buenos Aires.
–Hola, Ariel, te habla Eduardo Galeano, te llamo para darte una buena noticia.
¿Galeano? ¿El de Las Venas Abiertas? ¿Eduardo Galeano? ¿Con quien jamás había hablado? ¿Una buena noticia? ¿Y cómo había conseguido el número que no estaba ni en la guía?
Todavía no sé cómo se las arregló para rastrearme, pero me daría cuenta en las décadas que siguieron que Eduardo tenía un genio único para entrar simpáticamente en la vida de los demás, ingresar al hogar que es la vida de cada cual y acomodarse en la mesa y tomarse un trago o un café y escuchar con atenta pasión las historias y los cuentos y las intimidades que a nadie más le interesaban. Aquellos con quienes conversaba inmediatamente sabían que podían confiar en él, advertían una generosidad que le fluía como una fuente.
Como lo pude comprobar en esa primera ocasión. Me llamaba simplemente para contarme que una novela mía había recibido un premio literario y suponía que eso me daría una gran felicidad. Pero evidente que la felicidad era suya, que a él le causaba inmenso placer agradar a sus semejantes, aunque fuera este escritor chileno con el que jamás había hablado antes.
–Si vienes por acá, pasá a verme –me agregó, en ese suave tono uruguayo–. Siempre tenés por acá un amigo
Unos meses más tarde, sobrevino el golpe contra Allende y nos fuimos al exilio y vaya si necesitábamos un amigo, especialmente en Buenos Aires, la primera ciudad de nuestro largo destierro. En esos breves meses antes de partir (veíamos que se acercaba una hecatombe, veíamos y se lo dije a Eduardo, que dentro de poco la muerte acecharía a los argentinos como lo había hecho ya con los chilenos) nos hicimos muy amigos. Me abrió las puertas de una revista, Crisis, que acababa de fundar, me armó una lista de contactos internacionales que podían servir para apoyar la resistencia cultural contra Pinochet, nos mandaba pequeños mensajes de aliento con su característica firma de un chanchito y una flor. Además de gran fabulador, era un confabulador. Arreglamos con él que mandara un periodista brasileño a Chile para entrevistar clandestinamente a un líder de la resistencia –el primero de muchos favores solidarios.
En una ocasión pudimos retribuirle tanta magnanimidad.
Pasando una noche por su departamento en la calle Montevideo (¿o era la calle Uruguay?), cerca, en todo caso, de Corrientes, Angélica y yo lo encontramos muy enfermo, solo y abandonado, casi incapaz de levantarse de la cama.
–No es nada –dijo–, es la malaria, ya se me va a pasar. Les hago un café.
Nada de café, sentenció Angélica. Y nada de malaria. Era una gripe común aunque no corriente (la fiebre era altísima) y había que combatirla con antibióticos. Me envió perentoriamente a buscar los remedios a una farmacia cercana y cuando volví encontré a Eduardo tomándose a sorbitos una sopa que ella le había improvisado.
No perdimos contacto mientras Galeano permaneció en Buenos Aires, tratando de ahorrarse un segundo exilio, pero con el golpe de 1976 finalmente se percató de los peligros que corría cualquier intelectual de izquierda y partió a España. A partir de entonces, manteniendo una nutrida correspondencia, lo vimos varias veces, incluyendo un par de visitas a Amsterdam, adonde había llegado para buscar datos en una de las bibliotecas de la Universidad. En nuestro pequeño departamentito de la calle Kastellenstraat nos confidenció que estaba embarcado en un libro delirante –la palabra exacta que utilizó–. Y nos leyó unos extractos: era la historia de América latina, nos dijo, desde los orígenes, desde las orillas, desde los relegados.
–Se va a llamar Memoria del Fuego –añadió– y va a ser una Trilogía.
Lo que me deslumbró de aquellas páginas y me alucinaría más en el futuro era el lirismo cotidiano con que se acercaba a sus personajes, como si fueran conocidos suyos de toda la vida y no hubieran muerto hace siglos. Era un reportaje al pretérito escondido pero con técnicas populares, de telenovela, casi –muy alejado de la prosa solemne de Las Venas Abiertas, pero con el mismo compromiso con aquellos hombres y mujeres que los manuales no incluían, aquellos que habían construido nuestra realidad, nuestras leyendas, nuestros corazones actuales.
Fue el comienzo de una serie de textos magníficos y a la vez modestos, graciosos e indignados, con que fascinaría al mundo.
Si algo le reprochaba a Eduardo era que su amor por la realidad le impidiera continuar en el rumbo de la ficción, donde ya había creado algunos cuentos perfectos y una novela, La Canción de Nosotros, que era de antología. Pero él me respondía que prefería dedicar su energía a tantas historias que flotaban por ahí, ignoradas por los historiadores y periodistas y poderosos.
Nunca perdió el sentido del humor.
Ni la generosidad.
En uno de los últimos intercambios que tuvimos, por correo electrónico, le escribía sobre su enfermedad y lamentaba no poder “Angélica y yo llevarte los remedios directamente a la cama, como aquella vez en Buenos Aires, en el verano de 1974”. La mejor respuesta a mis parabienes, le dije, era que se mejorara, aunque fuera un poco.
Respondió: “Con amigos así, cualquiera puede”.
Era una fórmula buena para vivir, pero no para derrotar a la muerte.
Lo único que me toca hacer, entonces, es recordar aquella llamada que recibí en Santiago de Chile cuando la voz de Galeano cruzó la pampa y la cordillera para darme una noticia que parecía causarle más alegría a él que a mí.
Era con esa voz y ese desprendimiento con que escribió los libros que nos quedan y que no van a desaparecer como se ha desvanecido su cuerpo. Es la voz con que llama, así, en forma personal, a cada uno de sus lectores, a cada uno de nosotros, una y otra y otra vez, contándonos que tiene una buena noticia que comunicar, la noticia de la vida.
Ariel Dorfman
El Chato llevaba muchos años detrás de aquel mostrador. Servía bebidas, a veces las inventaba. Callaba, a veces escuchaba. Conocía las costumbres y las manías de cada uno de los clientes que venían, noche tras noche, a mojar la garganta.
Había un hombre que llegaba siempre a la misma hora, a las ocho en punto de cada noche, y pedía dos copas de vino blanco seco. Pedía las dos a la vez y las bebía él solo, un sorbo de una copa, un sorbo de la otra. Muy lentamente, en silencio, el hombre vaciaba sus dos copas, pagaba y se marchaba.
El Chato tenía la costumbre de no preguntar. Pero una noche el hombre le leyó alguna curiosidad en los ojos; y como quien no quiere la cosa, contó. Dijo que su amigo más amigo, su amigo de siempre, se había ido. Harto de correr la liebre, se había ido muy lejos del Uruguay, y ahora estaba en Canadá.
–Allá le va muy bien –dijo. Y después dijo:
–No sé si le va muy bien.
Y se calló la boca.
Desde que su amigo se había ido, los dos se encontraban cada noche, a las ocho en punto, hora de Montevideo, él en este bar de aquí y su amigo en un bar de allá, y bebían una copa juntos.
Y así pasó el tiempo, noche tras noche.
Hasta que una vez el hombre llegó con la puntualidad de siempre pero pidió una sola copa. Y bebió, lento, callado, quizás un poco más lento y callado que de costumbre, hasta la última gota de esa única copa.
Y cuando pagó la cuenta y se levantó para marcharse,
el Chato hizo lo que nunca: lo tocó. Estiró el brazo sobre el mostrador y lo tocó:
–Mi pésame –dijo.
EDUARDO GALEANO.
De: Bocas del tiempo."
" La televisión llama paz mundial o equilibrio internacional
a la resignación universal.
“Publicar a Eduardo Galeano es publicar al enemigo:
al enemigo de la mentira,
de la indiferencia y,
sobre todo, del olvido.
Gracias a él, se recordarán nuestros crímenes.
Su ternura es devastadora, su veracidad, furiosa”
John Berger