"Dudo que toda la filosofía de este mundo consiga suprimir la esclavitud;
a lo sumo le cambiarán el nombre."
Marguerite Yourcenar.
La democracia griega amaba la libertad, pero vivía de sus prisioneros.
Los esclavos y las esclavas labraban tierras, abrían caminos, excavaban montañas en busca de plata y de piedras, alzaban casas, tejían ropas, cosían calzados, cocinaban, lavaban, barrían, forjaban lanzas y corazas, azadas y martillos, daban placer en las fiestas y en los burdeles y criaban a los hijos de sus amos.
Un esclavo era más barato que una mula.
La esclavitud, tema despreciable, rara vez aparecía en la poesía,
en el teatro o en las pinturas que decoraban las vasijas y los muros.
Los filósofos la ignoraban, como no fuera para confirmar
que ése era el destino natural de los seres inferiores,
y para encender la alarma.
Cuidado con ellos, advertía Platón. Los esclavos, decía, tienen una inevitable tendencia a odiar a sus amos
y sólo una constante vigilancia podrá impedir que nos asesinen a todos.
Y Aristóteles sostenía que el entrenamiento militar
de los ciudadanos era imprescindible, por la inseguridad reinante.
Eduardo Galeano.
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