2.6.16

Marco Polo.


Estaba preso, en Génova, cuando dictó su libro de viajes. Sus compañeros
de cárcel le creían todo. Cuando escuchaban las aventuras de Marco Polo,
veintisiete años de viajes por los caminos de Oriente, todos los presos se
escapaban y viajaban con él.

Tres años después, el prisionero veneciano publicó su libro. Publicó es un
decir, porque la imprenta no existía en Europa. Circularon algunas copias,
hechas a mano. 
Los pocos lectores que Marco Polo encontró no le creyeron ni
una palabra.

Alucinaba el mercader: ¿así que las copas de vino se alzaban en el aire sin
que nadie las tocara, y llegaban a los labios del gran Kan? ¿Así que había
mercados donde un melón de Afganistán era el precio de una mujer? Los más
piadosos dijeron que no estaba bien de la cabeza.
En el mar Caspio, camino del monte Ararat, este delirante había visto
aceites que ardían, y había visto rocas que ardían en las montañas de China.

Sonaba por lo menos ridículo eso de que los chinos tenían dinero de papel,
billetes sellados por el emperador mongol, y barcos donde navegaban más de
mil personas. Sólo carcajadas merecían el unicornio de Sumatra y las arenas
cantoras del desierto de Gobi, y eran simplemente inverosímiles esas telas que se burlaban del fuego en los poblados que Marco Polo había encontrado más allá de Taklinakán.

Siglos después, se supo:
los aceites que ardían eran petróleo;
las piedras que ardían, carbón;
los chinos usaban papel moneda desde hacía quinientos años y sus buques,
diez veces más grandes que los buques europeos, tenían huertas que daban
verduras frescas a los marineros y les evitaban el escorbuto;
el unicornio era el rinoceronte;
el viento hacía sonar las cumbres de los médanos en el desierto;
y eran de amianto las telas resistentes al fuego.
En tiempos de Marco Polo, Europa no conocía el petróleo, ni el carbón, ni el papel moneda, ni los grandes buques, ni el rinoceronte, ni las altas dunas, ni el amianto.

EDUARDO  GALEANO.
Fuente : " Espejos."

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