Querido Adolfo:
Hoy no puedo estar contigo, pero mis palabras quieren.
Yo no soy quién para prohibirles volar, así que aquí van.
Ellas quieren decirte, simplemente: gracias.
Gracias porque en las horas más jodidas, cuando ya no te quedaba aliento, supiste seguir creyendo que era verdad, una verdad grande como una casa, aquello que había dicho Salvador Allende: “Vale la pena morir por todo aquello sin lo cual no vale la pena vivir”.
Y gracias porque recibiste el Nobel y no te engrupiste, y no te olvidaste de aquella otra verdad que había dicho José Martí, también grande como una casa: “Todas las glorias del mundo caben en un solo grano de maíz”.
Y gracias por ser como sos, bienhumorado, sencillo, limpio de todo veneno, para que se sepa, por si no se sabe, que nosotros no somos unos insoportables amargados.
Te abraza tu hermano, siempre.
Testimonio presentado en el homenaje a Adolfo Pérez Esquivel.
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