"El desprecio racista se realizaba plenamente
cuando se convertía en el autodesprecio. "
"Uno de los remedios contra el cabello africano se llama, African Pride (Orgullo Africano) y, según promete, "plancha y suaviza como ninguno".
1. La heroica virtud
Al vertiginoso ritmo de la industria del fin de siglo, el Vaticano está produciendo santos.
En los últimos veinte años, el papa Juan Pablo II beatificó a más de novecientos virtuosos y canonizó a casi trescientos.
A la cabeza de la lista de espera, favorito entre los candidatos a la santidad, figura el esclavo negro Pierre Toussaint.
Se asegura que el Papa no demorará en colocarle la aureola, "por mérito de su heroica virtud".
Pierre Toussaint se llamaba igual que Toussaint Louverture, su contemporáneo, que también fue negro, esclavo y haitiano.
Pero ésta es una imagen invertida en el espejo: mientras Toussaint Louverture encabezaba la guerra por la libertad de los esclavos de Haití, contra el ejército de Napoleón Bonaparte, el bueno de Pierre Toussaint practicaba la abnegación de la servidumbre.
Lamiendo hasta el fin de sus días los pies de su propietaria blanca, él ejerció "la heroica virtud" de la sumisión: para ejemplo de todos los negros del mundo, nació esclavo y esclavo murió, en olor de santidad, feliz de haber hecho el bien sin mirar a quién.
Además de la obediencia perpetua y de los numerosos sacrificios que hizo por el bienestar de su ama, se le atribuyen otros milagros.
2. El santo de la escoba, San Martín de Porres fue el primer cristiano de piel oscura admitido en el blanquísimo santoral de la Iglesia Católica.
Murió en la ciudad de Lima, hace tres siglos y medio, con una piedra por almohada y una calavera al lado.
Había sido donado al convento de los frailes dominicos. Por ser hijo de negra esclava, nunca llegó a sacerdote, pero se destacó en las tareas de limpieza.
Abrazando con amor la escoba, barría todo; después, afeitaba a los curas y atendía a los enfermos; y pasaba las noches arrodillado en oración.
Aunque estaba especializado en el sector servicios, San Martín de Porres también sabía hacer milagros, y tantos hacían que el obispo tuvo que prohibírselos.
En sus raros momentos libres, aprovechaba para azotarse la espalda, y mientras se arrancaba sangre se gritaba a sí mismo: "¡Perro vil!". Pasó toda la vida pidiendo perdón por su sangre impura.
La santidad lo recompensó en la muerte."
Eduardo Galeano
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