"Un emperador de China, no se sabe su nombre ni su dinastía ni su tiempo,
llamó una noche a su consejero principal y le confió la angustia que le impedía dormir.
Le dijo: « -Nadie me teme».
Como nadie le temía nadie lo respetaba.
Y como nadie lo respetaba nadie le obedecía.
El consejero principal meditó un ratito y opinó: « -Falta castigo».
Y el emperador sorprendido dijo que castigo no faltaba, porque él mandaba a la horca
a todo el que no se inclinara a su paso.
Y el consejero principal le advirtió: «-Pero esos, esos son los culpables. Si solo se castiga a los culpables, sólo los culpables sienten miedo».
El emperador chino pensó y pensó... y llegó a la conclusión de que el consejero principal tenía razón. Y le mandó cortar la cabeza.
La ejecución ocurrió en una gran plaza pública, la plaza celestial, la plaza principal del imperio.
Y el consejero fue el primero de una larga lista."
EDUARDO GALEANO.
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