"Tarde tras tarde, Paulo Freire se colaba en el cine del barrio de Casa Forte, en Recife,
y, sin pestañear, veía y volvía a ver las películas de Tom Mix.
Las hazañas del cowboy de sombrero aludo, que rescataba a las damas indefensas
de manos de los malvados, le resultaban bastante entretenidas,
pero lo que a Paulo de veras le gustaba era el vuelo de su caballo. De tanto mirarlo y admirarlo, se hizo amigo; y el caballo de Tom Mix lo acompañó, desde entonces, toda la vida.
Aquel caballo del color de la luz galopaba en su memoria y en sus sueños, sin cansarse nunca, mientras Paulo andaba por los caminos del mundo.
Paulo pasó años, añares, buscando esas películas de su infancia:
–¿Tom qué?
Nadie tenía la menor idea.
Hasta que por fin, a los setenta y cuatro años de su edad, encontró las películas en algún lugar de Nueva York. Y volvió a verlas.
Fue algo de no creer: el caballo luminoso, su amigo de siempre, no se parecía nada, ni un poquito se parecía, al caballo de Tom Mix.
Paulo sufrió esta revelación a fines de 1995. Se sintió estafado. Cabizbajo, murmuraba:
–No tiene importancia.
Pero tenía.
En esas navidades, Nita, su mujer, le regaló una pelota.
Paulo había recibido treinta y seis doctorados honoris causa de las universidades de muchos países, pero nunca en la vida nadie le había regalado una pelota de fútbol.
La pelota brillaba y volaba por los aires, casi tanto como el caballo perdido."
EDUARDO GALEANO.
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